domingo, 29 de noviembre de 2009

PSIQUIATRAS ASESINOS Y MILITARISMO

PSIQUIATRAS ASESINOS


Nuevamente la locura asesina hizo explosión en EEUU.
Los distintos medios reinformación no acuerdan en la profesión del mayor Nidal Malik Hasan. Cuando unos lo presentan como “psicólogos” otros dicen que es “psiquiatra”. Para el común de la gente ambas profesiones son iguales, es mi deber aclarar que el psicólogo es un profesional adiestrado en las distintas disciplinas que hacen al funcionamiento de la mente humana haciendo abstracción al componente orgánico, físico.
En cambio el psiquiatra es un médico especializado en la atención integral de las enfermedades mentales, sin hacer abstracción de nada, es decir, teniendo en cuenta como médico el cuerpo físico, anatómico y fisiológico en el que esa enfermedad se expresa. Como médico, el psiquiatra puede asumir todos los actos médicos: pedir estudios, sugerir conductas a otras especialidades, prescribir medicamentos, controlar tratamientos.
Nada de esto puede hacer un psicólogo ya que desconoce la anatomía, la fisiología, la patología médica, la farmacología, etc. etc.
Por eso resulta extraño que los diarios confundan lo mismo que confunde el común de la gente.
Pero no era esta mi intención. ¿Qué sucedió el día 6 de noviembre 2009 en la base militar de Fort Hood? El mayor Nidal Malik Hasan entró y la emprendió a tiros asesinando al azar (como hace la naturaleza o Dios) a 13 personas e hiriendo a otras 30.

¿Qué llevó al mayor Hasan a esta conducta criminal masiva?
Obviamente, lo ignoramos pero podemos conjeturar algunas sugerentes cuestiones. El finado Aristóteles definió al hombre (y la mujer) como un “animal social”, esto significa que la vida social es instintiva y constitutiva de cada uno de nosotros. Siempre que se forman guetos de exclusión, como el ejército en el que se aísla a un grupo humano para vivir una forma de convivencia artificial, basada en reglamentos militares (o religiosos, o dietéticos, o pedagógicos…, busque usted la variante que desee) más tarde o más temprano se genera una distorsión en la lectura de la realidad. Piense en todos los chiflados como David Koresh encerrando gente para vivir “experiencias místicas” que terminaron en una matanza y suicidios colectivos, en aquel otro episodio de Guyanas, en el atacante de Kansas (ex~militar), en los suicidas aéreos de la Torres Gemelas y siempre podrá ver que se trata de convivencias enfermas basadas en la separación de un grupo humano del resto de la sociedad para supuestos entrenamientos espirituales que los llevarán a la perfección o alguna forma similar de redención divina. Hay muchos enfermos mentales sueltos; no hablo de aquellos que están recibiendo tratamiento y se desenvuelven en sus distintas vocaciones dentro del medio comunitario que están y deben estar completamente libres porque la enfermedad no debe convertirse en una cárcel para nadie. No. Hablo de enfermos mentales que se creen sanos y jamás recurrieron a una mínima ayuda profesional porque visitar a un psiquiatra “es cosa de locos” y así viven su vida entera sufriendo y haciendo sufrir al prójimo gratuitamente y sin ganancia para nadie. Hasta que un día este buen señor, esta delicada señora, comete un acto digno de registrarse en sórdidas crónicas policiales.

Moraleja: cuidado cuando alguien los invite a separarse de la sociedad, aislarse de su familia y amigos para dedicarse a cualquier forma de “perfección” fanática y alienante.

Cuidado con minimizar los síntomas de las complicadas enfermedades mentales y rehusar ayuda profesional sólo por prejuicios medievales.

Cuidado con gente que vive coleccionando armas, que se fascina con fusiles, metralletas y revólveres. Algo siniestro está siempre detrás yo ni siquiera me avendría a tomar un mate con chiflados de este tipo.

Alejandro Maciel.

jueves, 27 de marzo de 2008

BIOÉTICA Y CULTURA DE PAZ

BIOÉTICA Y CULTURA DE PAZ
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Alicia Miranda

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“Frente al círculo violento se impone la paz de una espiral de crecimiento que respete la otredad,
que reconozca un principio más allá del poder, no el “o Vos o Yo” sino el“ Vos y Yo”,
donde el Tú no se reduzca a la proyección del Yo. Poder escuchar, decir, callar”


Potter: "Hay dos culturas -ciencias y humanidades-
que parecen incapaces de hablarse una a la otra y
si ésta es parte de la razón de que el futuro de la humanidad sea incierto,
entonces posiblemente podríamos construir un 'puente hacia el futuro'
construyendo la disciplina de la Bioética como un puente entre las dos culturas.
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Pensando en como encarar este capítulo acerca de la bioética y cultura de paz, me pareció interesante abordar algunos aspectos históricos, profundizar sobre “los interrogantes “que presenta esta disciplina y finalmente analizar su planteo metodológico para la reflexión, y observarla como instrumento para alcanzar la idea de paz.
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Es una disciplina nueva ya que data de fines de la década del sesenta.
El 6 de septiembre de 2001, a los 90 años de edad, falleció Van Rensselaer Potter II (nacido el 27 de Agosto de 1911) a quien muchos consideran el padre de la Bioética, y quien fuera el que propusiera por primera vez el término aplicado, “una nueva ciencia de la supervivencia" (Potter, 1970, "Bioethics, the science of survival") que habría de ser el "puente hacia el futuro" de la humanidad (Potter, 1971, "Bioethics: Bridge to the future").
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Más allá de las discusiones acerca de la paternidad de la palabra "bioética" y su significado conceptual (Reich, 1994, 1995; Jonsen, 1998), esta cuestión finalmente decantó en favor de Potter (Branson, 1975; Potter, 2001).
Según Potter el Joseph and Rose Kennedy Center for the Study of Human Reproduction and Bioethics de la Georgetown University de los jesuitas, inaugurado oficialmente el 1 de Octubre de 1971, y que utilizara en su denominación "and Bioethics" omitió en sus declaraciones el origen del término. Según describe Abel (2001 p. 15 y 16), de hecho fue Hellegers, fundador del centro, quien propuso tal denominación tal vez por haber tenido conocimiento indirecto de las publicaciones de Potter.
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Fue entonces la Georgetown University quien abrió luego a otras facultades universitarias la bioética, que estaba presente sólo en el ámbito médico, cambiando la denominación inicial por la de Kennedy Institute of Ethics.
Por lo que podemos analizar en esta corta historia, muchas fueron las discusiones acerca de la concepción terminológica de este vocablo y su real contenido, lo cierto es que se adoptó internacionalmente, y es probable que no haya sido como una fundamentación biológica de la moralidad sino como una ética aplicada a la medicina, a la ciencia.
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Etimológicamente responde a “ética de la vida “, de la asociación de: Bios en griego: vida humana y no vida orgánica ( zoe ), no en un sentido estrictamente biológico sino analógico; en latín: vita es biografía , historia o relato; comprende a las ciencias de la vida ( bioquímica, biología, filosofía, etc.) ética, Ethiké procede de ethos (en griego hay dos acepciones, una como carácter, disposición moral y otra como costumbre, hábito; y en latín se traduce como ánimo, costumbre y morada).

En esta asociación está la necesidad de aplicar a la vida biológica modos de vida, conductas.
El concepto bioético estaría entonces más ligado a la expresión griega biotós, que significa la vida buena la que vale la pena vivir.
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Por lo que venimos diciendo, “bios” es vida humana, es decir desde un punto de vista antropológico, y si “ethos” es el lugar del hombre, resulta entonces que la bioética observa la vida social e histórica, por lo tanto debe ocuparse no sólo de la vida biológica, sino de como vive el hombre, de todo lo que hace a la vida en sociedad del Ser humano.
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Para Potter, el significado de la palabra "bioética" en 1971 representaba la afirmación de dos conclusiones:
en primer lugar, que la supervivencia de un futuro a largo plazo se reduce a una cuestión de bioética, no de una ética tradicional;
en segundo lugar, que para ese futuro a largo plazo había que inventar y desarrollar una política bioética ya que la ética tradicional se refiere a la interacción entre personas, mientras que la bioética implica la interacción entre personas, sistemas biológicos y cultura.
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Por eso decía Potter en el Prefacio de su obra:
"Necesitamos de una Ética de la Tierra, de una Ética de la Vida Salvaje, de una Ética de Población, de una Ética de Consumo, de una Ética Urbana, de una Ética Internacional, de una Ética Geriátrica, etcétera. Todos estos problemas requieren acciones basadas en valores y en hechos biológicos. Todos ellos incluyen la Bioética y la supervivencia del ecosistema total que constituye la prueba del valor del sistema."
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Potter en el 2001 se quejaba de que "la Bioética hubiera sido acaparada durante la siguiente década por los comités de bioética formados por médicos que trabajaban en centros del área clínica, tratando problemas de vida y muerte que son todavía controvertidos."
De esta manera la Bioética quedaba restringida a una ética médica o clínica, como ya puso de manifiesto en 1975 en su alocución Presidencial de la 66ª Reunión Anual de la Asociación Americana del Cáncer.
No obstante, también podría argumentarse legítimamente que Potter polarizó su idea de la Bioética hacia una Bioética medioambiental o ecológica. De hecho, su libro está dedicado a Aldo Leopold, ingeniero forestal de la Wisconsin University, quien con su "Ética de la Tierra (Land Ethic)" (1949) -en palabras de Potter- "anticipó la extensión de la Ética a la Bioética".
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Daniel Callahan quien en 1973 decía que "la Bioética no puede considerarse una disciplina en el sentido pleno de la palabra" años más tarde, en 1995, escribía en la "Encyclopedia of Bioethics":
"La palabra bioética, acuñada recientemente, ha pasado a significar más que un campo concreto de la investigación humana en la intersección entre la ética y las ciencias de la vida; es también una disciplina académica, una fuerza política en la medicina, en la biología y en los estudios del medio ambiente; también significa una perspectiva cultural importante. La bioética entendida en el sentido más estricto es un nuevo campo que surge como consecuencia de los importantes cambios científicos y tecnológicos. Entendida, sin embargo, en un sentido más amplio, es un campo de conocimiento que se ha extendido y que, en muchos ámbitos, ha cambiado algunos enfoques del conocimiento mucho más antiguos.
Se ha extendido hasta los ámbitos del derecho y las políticas de gobierno; ha entrado en los estudios de literatura, historia y cultura en general; ha entrado en los medios de comunicación social y en las disciplinas de filosofía, religión, literatura; en los ámbitos científicos de la medicina, biología y medio ambiente, demografía y ciencias sociales" [traducción tomada de Abel, 2001] .
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Así también Abel (2001) definía la Bioética como "el estudio interdisciplinar (transdisciplinar) orientado a la toma de decisiones éticas de los problemas planteados a los diferentes sistemas éticos por los progresos médicos y biológicos, en el ámbito microsocial y macrosocial, micro y macroeconómico, y su repercusión en la sociedad y su sistema de valores, tanto en el momento presente como en el futuro."
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Este planteo de la Bioética abarca tanto el concepto medioambiental que Potter tenía de la Bioética como la perspectiva médica; en definitiva, lo importante es diferenciar entre lo que Potter planteaba como Bioética Global con lo que significa tener una visión global de la Bioética.
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La Bioética, como disciplina, lo mismo puede tratar la eutanasia, los transplantes de órganos o la fecundación in Vitro, que las patentes de genes humanos, las plantas transgénicas, la biodiversidad o los derechos de los animales. Todo es Bioética.
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En este contexto, vale el comentario de Abel (2001, p. 37) en relación con las conclusiones de Reich (1994, 1995) sobre el origen y significado inicial de la palabra "bioética" que ponen de manifiesto que las diferencias entre los pensamientos de André Hellegers y de Van Rensselaer Potter eran menores de lo que se pensaba e, incluso, que eran más parecidos entre sí que los de Hellegers y sus propios colaboradores en los objetivos a medio y largo plazo. En cierto modo, Hellegers, que partió de una Bioética médica, evolucionó hacia una Bioética Global.
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En los 30 años transcurridos, la Bioética se ha expandido tanto, que se dice de ella: "la Bioética será la Ética del siglo XXI" y que, "el tercer milenio será la era de la bioética global o la era de la anarquía" (Potter, 2001).
Potter fue durante 60 años un profesional de la investigación del cáncer y durante 30 años un filósofo biológico amateur. Como señala Abel (2001), el trabajo de Potter en la Bioética pasó desapercibido durante mucho tiempo quizá porque su filosofía ecológica no fue conocida, comprendida o aceptada aunque en el campo de la Bioética medioambiental tiene más de 50 publicaciones. Su preocupación por la Bioética Global le llevó también al planteamiento de la biocibernética y la supervivencia (Potter, 1971, 2000), entendiendo la biocibernética como "toda interacción biológica que tiene lugar entre el hombre y su entorno".
Pasados los primeros años, en los Estados Unidos la bioética "religiosa" fue cediendo su puesto a una bioética "laica".
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Partiendo de las primeras Audiencias del Congreso (Congressional Hearings) introducidas por el senador Walter Mondale en 1968 y 1971, se institucionalizó la creación durante la Administración Nixon de la primera Comisión del Congreso (The National Commission for the Protection of Human Subjects of Biomedical and Behavioral Research, 1974-1978) y posteriormente la de la Comisión Presidencial (The President's Commission for the Study of Ethical Problems in Medicine and Biomedical and Behavioral Research, 1980-1983) (para una descripción pormenorizada ver Jonsen, 1998, cap. 4). La trascendencia de estas comisiones se pone en evidencia teniendo en cuenta que, por ejemplo, el "Informe Belmont", en el que se formulan los principios básicos de autonomía, beneficencia y justicia de tanta importancia para el futuro de la Bioética médica, fue aprobado el 10 de junio de 1978 en la 42ª reunión de la Comisión Nacional. En cuanto a las Comisiones Presidenciales, en los últimos tiempos hemos podido comprobar la importancia de las mismas como asesoras de los Presidentes Bill Clinton y George Bush en temas éticos importantes, como el de la experimentación con embriones.
El modelo norteamericano se exportó a Europa, primero, y a todo el mundo, después, con el establecimiento de los Comisiones Nacionales de Bioética. Por su prestigio e influencia, cabe mencionar el Comité Consultatif National d'Ethique pour les Sciences de la Vie et de la Santé (CCNE) de Francia creado por el Presidente François Mitterrand en 1983 "con la misión de dar su opinión sobre los problemas morales planteados por la investigación en biología, medicina y salud que conciernen a las personas, grupos sociales y a la sociedad en general".
En 1997 se publicó otro decreto (97-555 de 29 de Mayo) que modificaba algunos aspectos y definía la misión del CCNE como la de "dar su opinión sobre los problemas éticos planteados por los progresos del conocimiento en biología, medicina y salud, y publicar sus recomendaciones sobre estos temas."
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La Declaración Universal de la UNESCO sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos de 1997 apoya la creación de los Comités de Bioética en los diferentes niveles institucionales, cumpliendo con la triple condición de ser independientes, pluralistas y pluridisciplinares.
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El pluralismo de la sociedad es el que ha cambiado el adjetivo "religiosa" por "laica" en la Bioética, lo cual no implica que dentro de la comisiones laicas de Bioética no participen de forma activa y relevante miembros pertenecientes a órdenes e instituciones religiosas.
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Cabe aquí preguntarse mas allá de las diferencias en la interpretación nominal de la bioética, cuales son las diferencias en la manera de pensar y actuar entre las culturas generadoras de esta disciplina (anglosajona y europea) y si es una simple renovación de algunos valores en la ciencia actual o una verdadera revolución filosófica, teórica y práctica de la vida de fin de siglo XX y principio del XXI.
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Estamos asistiendo en el mundo actual al pasaje de un sistema basado en la uniformidad de valores, a otro en que la pluralidad y su respeto han cobrado el primer plano.
En la vida religiosa, en la moral, en la política, hemos pasado de sistemas basados en el "código único" a otros que colocan en primer término el respeto del "código múltiple". Utilizando una célebre expresión de Max Weber, cabe decir que hemos pasado del "monoteísmo axiológico" al "politeísmo axiológico".
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Recordemos que la historia de la filosofía y de la cultura han intentando responder a dos cuestiones, la verdad y el bien. Y el resultado no ha sido, tan positivo como cabría esperar. La verdad no es categoría humana, sino divina. La verdad no es humana, sino divina. La verdad se nos escapa continuamente.
Los seres humanos no podemos definirnos como "los verdaderos", "los veraces", como, según Nietzsche, se definían a sí mismos los primeros nobles, sino, más humildemente, como "los buscadores de la verdad". La verdad no es algo que se alcanza y se posee, sino un camino, un talante, un modo de ser o de vivir en perpetua e incesante búsqueda. Lo más importante es el estado de búsqueda permanente, el amor a la verdad, a pesar de que ésta se nos escape de entre las manos. Quizá lo más importante no es la verdad sino el amor a la verdad. Esto es lo que llevó a los griegos a no considerarse sophói, sabios, término que en el rigor de los términos no podía aplicarse más que a Dios, sino philó-sophoi, amigos de la sabiduría, amantes de la sabiduría, convencidos como estaban de que la sabiduría total no la alcanzarían nunca, pero que su obligación consistía en vivir orientados hacia ella.
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Ahora bien, todos los que buscan la verdad merecen consideración y respeto, aunque no lleguen a ella. A partir de aquí nos encontramos en situación de plantear el problema del pluralismo y de la democracia. En este sentido hay tres cuestiones fundamentales. La primera es el problema epistemológico que se esconde tras la cuestión ¿qué es la verdad?, se trata de conocer las respuestas que se han dado a esta pregunta y el modo cómo hoy podemos intentar contestarla. La segunda es analizar la evolución del pluralismo dentro de nuestra sociedad occidental; por tanto, la aparición de la democracia y de las diferentes formas de su legitimación. La tercera toma el problema actual de legitimación moral del pluralismo y, más en concreto, sobre las democracias participativas y deliberativas. Y una cuarta que distingue entre democracia social y democracia política defendiendo la tesis de que la primera es indudable. Que no puede entenderse más que como un proceso de participación y deliberación. Es posible que la democracia política no pueda ser más que representativa, pero aun así resulta necesario concluir que esa representación sólo será adecuada si en la base hay una sociedad que ejerce la democracia participativa y deliberativa.
Pues bien, la función básica de la bioética está en el trabajo social, en orden a promover la participación y la deliberación en los procesos de toma de decisiones sobre la vida.
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El objetivo de la bioética es manejar correctamente los hechos y los valores.
Hablamos de los valores espirituales, de los valores vitales, y de los valores de cosa en sí misma, valores que muchas veces entran en conflicto y por ello es necesario que adquieran una Jerarquía.
Cada valor prima sobre otro, y así los valores espirituales lo hacen sobre los vitales y estos sobre los valores de cosa. La aplicación de este Principio de Jerarquía de alguna manera solucionaría muchos conflictos, “es obligación respetar los valores superiores por encima de los valores inferiores “, pero su aplicación muchas veces responde a la misma valoración para cada individuo, con esto quiero decir que no siempre la normatización y mucho menos cuando están en juego los valores, puede aliviar el conflicto al cual se ve sometido un paciente o un profesional o la sociedad toda.
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Hay otro principio a considerar, el Principio de Urgencia que es cuando los valores inferiores entran en conflicto con los valores superiores, y obliga a la no lesión de estos últimos, por ejemplo “vida vs ética “.
Cuando los valores superiores entran en conflicto se produce una “situación trágica “, pero si tenemos en cuenta que la tragedia de alguna manera es una dimensión de la vida humana, comprenderemos que la tragedia forma parte de nuestras vidas.
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En la ciencia y en la medicina el mayor conflicto es casi sin ninguna duda el no “respetar la dignidad“, el no respetar al otro, el conflicto se establece entre “lo vital y lo espiritual“.
El valor ético más importante estaría dado por la Bondad – Maldad.
Si la ética consiste en la realización de los valores, la moral en la realización de los valores aunque no sea lo bueno, y la bondad es la cualidad para la realización de los valores positivos y la evitación de los negativos, “la ética no es un valor, sino la realización de los valores morales “.
Es importante decir ahora que la experiencia moral es únicamente humana, púes el hombre tiene un desarrollo biológico mayor y por lo tanto el ser humano es un ser moral y los seres morales son responsables de los fines de sí mismo, esto es: “el ser humano tiene dignidad y no precio “.
Por eso podríamos decir que un ser humano es el que tiene inteligencia, y sentido del deber, es decir tiene juicios de valor. Resulta urgente pues, hallar puntos de encuentro.
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Engelhardt dice “en la posmodernidad nos encontramos en presencia de numerosos criterios morales diferentes y discrepantes a la vez que vivimos el desmoronamiento de visiones morales tanto cristianas como marxistas, en otro tiempo dominantes”.
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Es lo que para Fagot la dispersión moral de la sociedad contemporánea: “ya no tenemos en común ni una misma tradición religiosa, ni lo que tiene lugar desde el siglo de las luces, a saber una fe en la universalidad de la ley moral inscrita en el corazón de la naturaleza humana, no podemos presumir de participar de la misma idea del Bien. Vivimos en el pluralismo”.
Ante este politeísmo discursivo recordamos nuevamente a Engelhard que concluye:
“Así, la bioética contemporánea se enfrenta a una situación que se caracteriza por un considerable escepticismo por la pérdida de fe y de convicciones persistentes, por la pluralidad de visiones morales y por crecientes cambios de la política social”.
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Son sin dudas muchas las dificultades para un consenso , algunas de las que deberíamos vencer son ; lo que M. Weber llama las convicciones éticas, la existencia de lenguajes diferentes que abordan de distinta manera la realidad, los diferentes intereses individuales y sociales de cada comunidad, las pulsiones individuales, etc.
Para finalizar cabe destacar la necesidad cada vez mayor de un consenso, racional y responsable, producto de la libertad, del ejercicio critico de la moral, bajo un lenguaje de mínimos y considerando la dificultad en los problemas de orden absoluto.
La bioética no es una disciplina acabada y cerrada, por el contrario se encuentra en un punto de reflexión y de investigación profunda que debe realizarse en un medio multidisciplinario.
Es así, que con la Bioética podemos intentar iniciar el camino de Paz…

martes, 20 de noviembre de 2007

Sobre los niños y la guerra


Niños terroristas


Aída Aisenson Kogan



No es un hecho nuevo la abominable violación de derechos básicos que entraña el reclutamiento de niños para que protagonicen ataques bélicos o atentados terroristas. En las últimas décadas ha cobrado fuerza una forma particular de tal práctica: el adiestramiento y utilización infantil en actos de violencia homicida-suicida. Según autorizados testimonios, por ejemplo el de Tom Keonings, representante de la Secretaría de las Naciones Unidas, así como a través de imágenes televisivas de clases escolares o de dibujos animados de animalitos que seducen a niños con el mensaje de que “la vía del martirio es el camino a seguir”, es lo que ocurre en Túnez, Argelia, Palestina. E incluso en Inglaterra fundamentalistas islámicos entrenan a contingentes infantiles para fines terroristas. Los padres de los niños así victimizados reciben una compensación económica por permitir que sus hijos se conviertan en parte activa de la militancia de grupos como Hamas, la Jihad Islámica, Al-Quaeda u otros.

En la Declaración de los Derechos de los Niños (Asamblea General de las Naciones Unidas, noviembre de 1989) se estipula entre otros puntos relativos a la educación que “se inculcará al niño el respeto a los derechos humanos y las libertades y principios fundamentales consagrados en la Carta de las Naciones Unidas”; y asimismo que “se lo preparará para que asuma una vida libre, con espíritu de comprensión, paz, tolerancia, igualdad de los sexos y amistad entre todos los pueblos, grupos étnicos, nacionales y religiosos y personas de origen indígena”. (Artículo 29).

En las antípodas de todo ello, la tramitación de conflictos entre naciones o entre grupos ideológicos suele resolverse por la violencia muy frecuentemente, y la obligada intervención de niños en actos homicidas-suicidas constituye la transgresión máxima.

Ello plantea la siguiente cuestión: La UNICEF, sigla del Fondo Internacional de las Naciones Unidas para el Socorro de la Infancia, ¿esté haciendo lo suficiente para frenar tales ultrajantes e impiadosos abusos? Si así fuera es preciso que se divulguen sus iniciativas para estimular a otras agencias gubernamentales o privadas, a contribuir a las mismas. Y si así no fuera, es urgente que se comience a defender tanto la supervivencia de los tempranos e involuntarios guerreros como la preservación de su desarrollo psíquico y moral.

Y algo más aún, el inhumano reclutamiento constituye un fuerte peligro para el mundo en su totalidad: ¿cómo se rehabilitará a los inocentes victimarios para que, dada su iniciación tan temprana como máquinas de muerte y destrucción, no se comporten con saña imparable en muchos otros conflictos en los que tomen parte?

La defensa de los niños, y con ello del futuro de todos, ¡ya!

sábado, 27 de octubre de 2007

BIOPOLÍTICA

BIOPOLÍTICA Y CULTURA DE PAZ


Aida Aisenson Kogan


Los conceptos de biopolítica y cultura de paz se hallan vinculados entre sí por un pensamiento antropológico del orden de la moral.

En tanto que ordenación de la vida humana colectiva en distintos terrenos, particularmente en el de las estructuras intra o internacionales, la política asume indefectiblemente, y dentro de una gama de matices variados, un carácter bio o tanatopolítico; depende la diferencia de su inserción o falta de ella en una cultura de paz, lo que significa según respete o avasalle los principios y normas propios de la misma.

Explicitaré más adelante estos asertos, pero ante todo cito un párrafo de Albert Einstein que ilustra sobre la orientación de la biopolítica. Dice: “El ser humano forma parte de un todo que se llama universo, pero percibe su persona, sus pensamientos, sus sentimientos, como si estuvieran separados del resto. Se trata de una ilusión que nos aprisiona en nuestros deseos personales… (…). Nuestra misión debería ser liberarnos de ella, ensanchando nuestro círculo de compasión para incluir a todos los seres vivos y a toda la naturaleza en su hermosura. El solo hecho de perseguir ese objetivo constituye una liberación parcial y el fundamento de la paz interior”). La liberación, la mirada que ilumina sobre nuestra condición de mónadas situadas entre infinidad de otras y necesitada de ellas por causas que van desde lo biológico hasta lo afectivo y lo espiritual, se logra por dos vías, dos vías al menos: las acciones de hecho de acercamiento interhumano en especial en circunstancias de conflicto, y la reflexión sobre sí mismo hincada en la esfera del sentir moral, reflexión de la que la fenomenología husserliana, en particular a sus últimos desarrollos, es ejemplo.

Tomo en cuenta a continuación, en términos muy breves, el prolongado conflicto palestino-israelí como muestra, lo mismo que muchos otros que ensombrecen y avergüenzan la historia del presente, de la posibilidad y a la vez dificultad de guiarse tanto una buena parte de las gentes del común como las instancias gubernamentales, según los lineamientos de una política racional, a la vez unificadora de intereses y empática y compasiva. Lo que falta aquí, como en casi todo enfrentamiento, es adoptar actitudes nuevas en relación a las hoy mayormente vigentes, cargadas de resentimiento, odios y la obstinada fijación en situaciones del pasado. Conducen en cambio al compromiso y la conciliación la disposición a dar fin a las acusaciones mutuas, a asentir a un “borrón y cuenta nueva” y a esforzar la imaginación para estructurar escenarios propicios para el entendimiento mutuo. Además, es preciso no ceder al desaliento si los primeros intentos de acuerdo no prosperan abrirse a la comprensión de las posiciones y anhelos ajenos, y resolverse a sacrificar las ambiciones de máxima, que alimentan la combatividad violenta, el idealismo iracundo tan prestigiado comúnmente, tan deplorable.

Junto con estas actitudes recién enumeradas habría que desarrollar otras de proyecciones semejantes, a través de una educación para la paz. Aunque de hecho no siempre ha sido ésta indispensable para que se tejieran lazos de armonía aun entre grupos pertenecientes a comunidades en discordia. Y ello porque la aproximación del hombre al hombre, por más que tantas veces parezca desmentida en el mundo de la vida, tiene su raíz en la capacidad de amor ético que, polo opuesto de las tendencias al abuso violento (todo tipo de abuso “violenta” a un otro), marca la singularidad de nuestra especie.

Es amor ético en última instancia lo que trasuntan por ejemplo numerosas actividades coparticipativas entre grupos de palestinos (o israelíes palestinos) y de israelíes, aun en medio de la enconada beligerancia que divide a sus pueblos.

Lamentablemente son tan escesamente difundidas por los medios tales iniciativas, cuando encienden una luz de esperanza y hasta quizás ejerzan una especie de persuasión-presión, valga el oximoron, en favor de la paz sobre los tomadores de decisiones en el ámbito de la gran política. Me limito a consignar dos o tres ejemplos de ese hacer conjunto, que se pliega a una admonición de Kant en su Sobre la paz perpetua: la paz “no es una idea vacía sino una tarea que resolviéndose poco a poco se acerca permanentemente a su fin…”, o a lo que dijo siglos más tarde John Dewey: “No es suficiente enseñar los horrores de la guerra y evitar todo lo que estimularía la desconfianza y la animosidad internacional; el énfasis debe colocarse sobre todo lo que une a las gentes en empresas y resultados cooperativos (…).

Como si hubieran leído a estos filósofos los responsables del Instituto Arik, fundado por el padre de un soldado caído en acción, que organiza junto con muchas otras actividades reuniones académicas entre intelectuales palestinos e israelíes, o quienes dirigen el Centro de Paz Shimon Pérez, que auspicia encuentros deportivos entre miembros de las dos comunidades en conflicto, o el palestino Bassam Aramin, quien después del nacimiento de sus hijos se convirtió a la no violencia y hoy integra un grupo mixto, compuesto por 120 ex-soldados israelíes y ex-activistas palestinos opuestos al uso de las armas. Y operan asimismo elencos de teatro mixtos, equipos de investigadores científicos… ¡hasta grupos de cocineros!



Y bien, la biopolítica se nutre de tal género de actividades, las fortifica eventualmente mediante la educación para la paz, así como a partir del modelo en que se torna su mismo ejercicio, que afecta a cuerpos y mentes en interrelaciones vastamente diversificadas.

El hecho de la política, que implica siempre un unos con otros, arraiga en condiciones antropológicas fundadas incluso en el plano de la biología, ya que los humanos solo sobrevivimos insertos en una matriz formada por semejantes, primero microsocial y luego de mayor magnitud y complejidad, que progresivamente nos va socializando entre tramas de apoyo y de competitividad y hostilidad. La política tiene por misión organizar gubernamentalmente ese unos con otros, y no solo en relación a la supervivencia y bienestar físico de los gobernados sino atendiendo igualmente a su desarrollo psíquico y espiritual y promoviendo su felicidad.

Es que se ocupa de personas, y sólo puede llamarse auténticamente política cuando es biopolítica, o sea cuando más allá de asegurar contra riesgos y menoscabos de los organismos físicos, crea y vigila las condiciones de ejercicio y desarrollo de potencialidades psíquico-espirituales. Bios es vida humana, existencia, no meramente zoe, y la felicidad es el fin último que persigue el hombre, nos dicen entre otros insignes pensadores de todos los tiempos Aristóteles, Kant, Husserl.

Nos dicen además, en distintas formulaciones, que ella es inseparable de la práctica o al menos la búsqueda del bien, lo cual proporciona, en palabras de Husserl, “la más alta satisfacción de sí”, que es la de cumplir “el deber absoluto”.

El término biopolítica quedó introducido en el vocabulario filosófico de las últimas décadas debido sobre todo a Michel Foucault, teorizador de un “biopoder” que en su concepción se ejercería desde fines de la Edad Media disciplinando cuerpos y concretándose este dominio a través de instituciones: escuelas, cárceles, fábricas, manicomios. Claro que es importante precisar lo siguiente: no sólo organismos físicos serían los manipulados, sino destinos, como es importante precisar también que tales tiranías las ejercen clases sociales privilegiadas sobre clases sumergidas desde tiempos muy anteriores a la Modernidad, y que no designan en verdad biopolíticas sino tanatopolíticas. Al arrasar con el derecho a sobrevivir físicamente y con el de permitir libre expresión y condiciones de crecimiento a mentes y espíritus, son políticas de muerte. Así el belicismo junto a las demás políticas tanáticas cuyo común denominador es que no tomas al hombre como un fin en sí mismo. No resisten pues a la prueba que exige Husserl: “Todas la formas posibles de organización, y entre ellas las estatales, deben investigarse en la perspectiva de su significación ética…”. El filósofo sostiene a la vez (en una carta personal),… “la ética como tal es una forma transpersonal, (por tanto también transnacional)…”.

La biopolítica se funda, teóricamente, en un ideal moral de promoción de “los más elevados objetivos de la vida”, y en su faz ejecutiva establece, democráticamente, medidas jurídicas que propenden en principio a servir al bien de las ciudadanías en su totalidad.



El llamamiento a la responsabilidad hacia el otro y hacia las modalidades que cobra la cultura posee fuertes acentos en la filosofía fenomenológica y en la filosofía existencial, y resuena también con fuerza en la cultura de paz.

Spinoza afirma (Ética, parte IV, proposición XVIII, escolio) que “nada hay más útil para el hombre que el hombre”. Útil, sí, en la esfera de la política cuando se comporta como fiel y hasta esforzado propulsor de iniciativas de carácter social, lo que lo convierten simultáneamente en receptor. Husserl dixit: quien “sacrifica su vida a la comunidad (…) pierde su vida terrestre, pero gana su vida verdadera”.

Al decir comunidad extiende el pensador la significación del concepto hasta hacerle abarcar globalmente la humanidad. No guerras pues, no las consiente nuestro saber de que somos parte integrante del todo de las mónadas; por lo cual se nos impone erigir “un reino de bienes comunitarios como lo mejor posible para la comunidad que constituye la humanidad en su conjunto”.

La biopolítica es la única política auténtica, reitero, si nos ceñimos a la acepción que corresponde en esencia a este último vocablo; es administración de una convivencia… en felicidad. Individuos humanos, nunca solo soe, sino bios, en una dimensión abarcativa que los eleva hasta el espíritu, anhelosos de vida buena, se dictan para sí mismos principios y normas que pese a los conflictos que tantas veces los alienan dentro del amplio marco de los unos junto a otros, son parte de un progresivo avance de realización de valores, recíproco respeto y consideración.



Roberto Espósito concede gran importancia en su interpretación de los basamentos de las estructuras sociales a los fenómenos de inmunización. Magnos grupos -nacionales, religiosos, ideológicos- se proponen protegerse, inmunizarse, contra la que conciben como contaminación emanada de otros grupos: la asociación con ellos es tenida por fuente de daño, no enriquece la propia cultura sino que la degenera. El paradigma de la inmunización llevada a extremos paranoides la representa, explica Espósito, la ideología nazi; sectores de la población, (y aun residentes fuera del propio país), mayoritariamente judíos, debían “ser eliminados en cuanto tales, no por motivos económicos o políticos sino en razón de su constitución biológica misma”.

De paso, esa singularidad de la causa del exterminio vuelve incomparable la Shoa con otras atrocidades. En este genocidio se mataba por el solo delito de haber nacido, especial abominación propia del racismo.

La preocupación por mantener la propia identidad y formas de vida no es en sí siempre injustificada, pero sobredimensionada incita a discriminaciones, persecuciones y homicidios de crueldad sin límite, estableciéndose como rasgo de una tanotopolítica que anestesia la sensibilidad para “el humanismo del otro hombre”, el hermoso título del pequeño libro de Levinas. El trato que reciben hoy centenares de miles de inmigrantes (o aspirantes a esa condición) en varios países del Primer Mundo ilustra esa particular faceta de la tanatopolítica, golpeando, aunque no lo suficiente aún, la conciencia de los bien instalados en sus tierras. A sí mimo reviste un carácter inmunologizante, aduce el autor de Bios, la guerra moderna: “solo en la guerra se mata con un fin terapéutico, para la salvación vital del propio pueblo”. Y agrega, respecto al deliro nazista de inmunización: “Al aplicarse directamente a la vida, el derecho nazi la sometía a una norma de muerte que simultáneamente la absolutizaba y la destituía”. Nietzsche habría justificado ese delirio: “La vida misma no reconoce solidaridad (…) entre las partes sanas de un organismo y sus partes enfermas, éstas últimas deben ser amputadas, de lo contrario el todo perece”.



La biopolítica se sitúa en el otro extremo de estas ideologías y prácticas; si propósitos de inmunización entran en ella es en cuanto el peligro que representan para los hombres no otros hombres sino sus propias pasiones negativas, susceptibles de hacer estragos en todo intento de armonía y entendimiento. Acoge con generosidad “formas diferentes de ser semejante”, frase de Erich Fromm, y acata como fines-deberes de la humanidad los que estipula Kant: “la propia perfección y la felicidad ajena”.

Si bien no es sensato desoír a Hobbes, su juridicidad no debe constituirse en recurso exclusivo, porque solo en parte es necesario que las formas de la política se apoyen en el temor, en lugar de regirse más, en cambio, por el “amor ético”. De este la historia aun en medio de las crueldades que la manchan, sigue dando testimonio, y por empezar no estaríamos hoy aquí, en vida, por más que aterrados tantas veces ante la bárbara hostilidad con que nos herimos, si no nos uniera también el amor en el actuar social.

La biopolítica se extiende igualmente hacia las generaciones venideras; en relación a ellas Hans Jonas, quien advierte en especial sobre las derivaciones antiecológicas de los avances de la técnica, estableció en su El principio de la responsabilidad el siguiente imperativo: “Incluye en tu elección presente, como objeto también de tu querer, la integridad futura del hombre”.

Por el otro lado trasciende esta orientación el ámbito de cualquier comunidad particular hacia un alcance planetario, el porvenir de la humanidad. No es la política que en nuestros tiempos se practica; es la que urge que hagamos nacer, a partir de una “renovación”, el término de Husserl, de nuestras posiciones ante la cultura. Es preciso renovarlas de modo que brote “el contento puro y duradero de hacer realidad el bien: toda “una colectividad humana despierta a la humanitas cuando algunos de los individuos que la integran (…) mirando más allá de su persona llegan a concebir como ideal la idea de una comunidad de hombre de bien… y quieren dar a esta representación una posibilidad articulada en concreto (…) pensarla como posibilidad práctica”. O sea, la entienden como política.



Cultura, define Husserl, es “el conjunto total de logros que vienen a la realidad mediante la actividad incesante de los hombre en sociedad y que tienen una existencia espiritual duradera en la unidad de la conciencia colectiva y de la tradición que la conserva y prolonga”. Aquí me toca ocuparme de la cultura de paz, no conjunto de logros realizado ya sino aspiración de las gentes cuando despiertan a sí mismas, cuando “renuevan” su ansia de perfección moral y el repudio de doctrinas y procederes que la rebajan. Ellas “escarnecen la dignidad y engendran la barbarie” (Declaración de París, 1966), y ¿no es tal el caso de la violencia planeada de las guerras y del terrorismo?.

La cultura de paz, con la educación de paz que le es aneja, erige un gran frente contra las tanatopolíticas e incorpora la biopolítica como instrumento de acción, porque exige, vuelvo a palabras de Espósito, que “la vida entre directamente en los mecanismos y dispositivos del gobierno de los hombres”.

Sus lineamientos básicos coinciden con los de la biopolítica, porque paz no es meramente sinónimo de erradicación de la guerra sino, de manera más abarcativa, promoción del Eros del existir en el todo de sus expresiones, sin desconocer por ello los impulsos tanáticos que la desafían. Solo que “para comerte mejor”, como le dijo el lobo a Caperucita.

Las medidas políticas son algo así como el brazo operativo en la cultura de paz, traducida por ella en pautas de organización social, legal, económica, cultural, educativa. Estas últimas, la educación de paz, a la que dedico unas líneas más adelante, ocupan un espacio capital.

Guerra y paz se contraponen en un contraste que nace de modo casi automático; sin embargo vigencia de la paz es igualmente suspensión de toda otra forma de violencia, así la de las grandes desigualdades socioeconómicas, con todo cuanto éstas involucran, no solo suspensión de violencia bélica. En unas u otras formas las perpetran individuos o entidades colectivas: Estados, clases sociales, y sea cual sea la modalidad básica que revistan, violencia directa o estructural, la que señaló Johan Galtung, su efecto, a veces subcidiario a motivaciones más lejanas, es de daño, no necesariamente físico, en individuos, en los círculos que éstos aprecian o aman, en sus posesiones, en lugares que sienten suyos, en sociedades en pleno.

De todos modos la erradicación de la guerra es un objetivo prioritario en la cultura de paz, (se libraron unas 70 en 2004, en diversas partes del mundo), porque ellas son ocasión de que se cometan los máximos abusos del hombre contra el hombre. El polo opuesto de los fines de la biopolítica.



Para los cultores de la cultura de paz, se trata de “construir un mundo parecido a nuestras esperanzas”, para valernos de palabras de Borges. Hacia caminos de solidaridad nos orientan en la filosofía contemporánea, desde una vertiente ética y antropológica, muy altos filósofos; me limito a referirme, otra vez al Edmund Husserl y a Emmanuel Levinas. Este último, quien concede un carácter radical en la índole de la criatura humana al cuidado por el otro, dice así: “El hombre libre está consagrado al prójimo, nadie puede salvarse sin los otros” (…) Nadie puede quedarse en sí mismo: la humanidad del hombre, la subjetividad, es una responsabilidad por los otros, una vulnerabilidad extrema. La vuelta a sí mismo se convierte en rodeo interminable (…). El hombre está formado de responsabilidades”.

A través de una imagen que se hizo famosa, la visión del rostro, Levinas hace saltar al primer plano de la atención la fragilidad de todo otro hombre, sometido, como también nosotros mismos, a la mortalidad y el sufrimiento. El rostro nos llama a socorrerlo, y al asumir ese mandato respondemos simultáneamente nuestro propio ser, a una raíz ética que nos constituye, por que “la subjetividad (…) es inicialmente un para-otro”.

Tal trascender ético se transforma inevitablemente en exigencia política, puesto que no nos hallamos solo frente a un otro singular sino a “los otros del otro”, y es preciso comparar sus derechos, hacer justicia.



También para Husserl, según procuré subrayar, a la ética le corresponde un lugar prioritario en la filosofía: la fenomenología es búsqueda del valor verdad, pero no únicamente como requerimiento del conocer sino también en relación al “verdadero ser de la humanidad” y a las responsabilidades individuales que en tanto tal le conciernen. En la fidelidad a su sí mismo encontrará la inquietud por su cultura.

La filosofía en su principio no fue “práctica”, aplicada al mundo de la vida; no se preguntaba por la utilidad extrateórica de sus indagaciones, pero se extendió con el tiempo al ámbito del ser, el conocer y el hacer de las personas. Este último avatar en Husserl cobra centralidad, señalando el horizonte de la máxima perfectibilidad del hombre, telos que guía su andar en tanto que “ser hombre verdadero”, y con ello se cumple el anhelo de sentirse integrado en una “humanidad verdadera”. En la concreción de este anhelo a todos nos toca participar, conformar una “comunidad de hombres de bien”, esto es auténticos. Precisamente el pilar y a la par producto, de la cultura de paz la cual exige en determinadas ocasiones históricas una “renovación como problema ético individual”, que revertirá como responsabilidad sobre los asuntos de la humanidad toda. Es un proceso, como lo expresa Jacobo Kogan según Husserl “la historia de la humanidad verdadera y auténtica va tomando conciencia de sí en un avance progresivo hacia el cumplimiento cabal de su destino”.

Se justifica, creo insistir: la recuperación de la “protofundación” de la “voluntad de vida ética” atañe al “edificio mismo de la ética individual”, pero siendo todo hombre miembro de una cultura, lo vuelve esta circunstancia “sujeto de obligaciones sociales”, criatura de responsabilidades políticas. Explicita Roberto Walton: en la felicidad de la humanidad toda “cada hombre tiene su parte en la medida en que contribuye al creciente valor y armonía del todo”.

En cuanto a los conflictos sociales específicos, entre los que se incluyen los bélicos con máxima gravedad, según Husserl “cuando se producen (…) deberá llegarse a un entendimiento ético entre las partes (…) de modo de no obrar unos contra otros, sino, en distintas formas, dentro de una comunidad de voluntades…” Podrían haberlo dicho los teóricos de la ética de la comunicación, Apel o Habermas. Son etapas de avance hacia el cumplimiento infinito de un sí mismo que hasta desea la bondad no solo en su propia persona sino “para toda la comunidad como comunidad de hombres de bien”.



La aproximación a este horizonte es lo que persigue la educación para la paz, objetivo prioritario éste de la UNESCO, a quien se le deben múltiples sugerencias e iniciativas respecto a los procederes pedagógicos aplicables.

Ante todo tal educación debe inculcar y expandir las actitudes propiciatorias de que hablé al comienzo, porque si no se arman andamiajes apropiados los proyectos se desmoronan. En esta tarea les toca a psicólogos, pedagogos y filósofos de la ética cumplir una función primerísima, induciendo a los educandos, la sociedad toda en verdad, (los hombres del dinero, los hombres de gobierno, los hombres de ciencia, los hombres del trabajo) a focalizarse tanto en sus propias miras de perfeccionamiento moral, acordes con “la Idea de Humanidad y su destino total” (Kant), como a los obstáculos anímicos, por ejemplo agresividad, competitividad, egocentrismo miope, que estorban su realización. Y no faltan medios pedagógicos (por mi parte concedo gran importancia a las técnicas psicodramáticas), psicoaxiopedagógicos mejor, para intentar superarlo esos obstáculos a través de la autotransparencia y la percepción de canalizaciones imaginativas.



La tríada cultura de paz, biopolítica y educación para la paz es indisociable, y la filosofía ética enseña por qué debe dirigir los pasos del hombre por sendas dialogantes de respeto, justicia y empatía, libremente elegidas en la compleja urdimbre de los intercambios humanos.

Intercambio es la palabra, pues al instaurarse condiciones de paz lo dado retorna al mismo donante como ejercicio de su idiosincrasia, sellada por un ser en el mundo que es un ser-con. Rezan unos versos de Paul Claudel: “No hay otra paz para el hombre que un contrato con todos los hombres”.

¿QUÉ ES "SENDAS DE PAZ"?

SENDAS DE PAZ

Aída Aisenson Kogan

INTRODUCCIÓN

Por más que los mayores riesgos para la supervivencia de la humanidad residen, como es común señalarlo, en la posibilidad de una conflagración nuclear (y es cada vez mayor el número de países que cuentan o pronto contarán con armas atómicas), y en la destrucción de los recursos ecológicos, peligros uno y otro provocados por la misma actividad del hombre, las guerras convencionales, se libren entre naciones o sean enfrentamientos internos, con su trágico cortejo de muerte y sufrimientos, jusfitican más que sobradamente todo intento de hallar medios plausibles para terminar con esa magna causa de infelicidad. Sin mencionar la implicada transgresión de la norma que prohíbe matar o dañar al prójimo, el valor de respeto por la vida inscripto en la índole moral del hombre.
A la preocupación por la supervivencia de nuestra especie le corresponde un rango prioritario, pero erradicar la violencia bélica constituye igualmente un mandato necesario y urgente.

De esta convicción partió el propósito de redactar los textos que componen Sendas de paz. Los participantes proceden de disciplinas diversas, exponen sus argumentos con mayor o menor extensión, no siempre coinciden en sus propuestas, aunque a la vez aparezcan también repeticiones, difieren en los grados de optimismo o pesimismo respecto a la consecución de la meta perseguida y se fundan en concepciones e informaciones de variado origen. De todos modos puntos de acuerdo esenciales que los unen les permitieron abocarse entre todos a un proyecto común.

Percibo por mi parte las siguientes coincidencias: ante todo no ceder al escepticismo, a la corriente crítica de que se incurre en un irrealismo utópico al considerar realizable la perspectiva de que como normas naciones y comunidades tramiten por vías pacíficas los conflictos que las dividen. Y sin embargo la impredecible historia nos ofrece ejemplos incluso recientes que certifican esa posibilidad; la unión de las dos Coreas, el acuerdo entre Irlanda del Norte e Irlanda del Sur, hace algunos años la mediación que logró frenar una inminente guerra entre nuestro país y Chile, el clásico ejemplo de la independencia de la India, o del triunfo sobre el aborrecible apartheid en Sudáfrica… Abonan estos casos la confianza en el diálogo entre naciones o fracciones ideológicas, compartida también entre los autores aquí congregados. ¿Por qué, dados estos giros históricos, adherir a la afligente y enervante creencia de que el esfuerzo por orientarse hacia caminos armónicos en lugar de la pugnacidad armada no será recompensado?

Sin embargo no es un juicio sustentado unánime ni aun mayoritariamente en los círculos científicos. En el Manifiesto de Sevilla contra la violencia, difundido por la UNESCO en 1989, un grupo internacional de especialistas en diversas disciplinas: psicología, neuropsicología, antropología, psiquiatría, comportamiento animal y otras, concluye que “la guerra y la violencia no son una fatalidad biológica (…) nuestros antepasados inventaron la guerra. Nosotros podemos inventar la paz”.

Es preciso tomar en cuenta la flexibilidad de las conductas humanas, en el plano individual y en el plano colectivo, por el influjo de las culturas. No se justifica tampoco pensar que no se darán nuevos avatares en la evolución psícoespiritual, tal como se han ido dando desde la prehistoria. En ese proceso, nos instan los especialistas del Manifiesto de Sevilla, “todos nosotros, cada uno en su sitio, tenemos que cumplir nuestro papel”.
Ese papel, el de “Cada uno desde su sitio”, se resume, bien mirado, en ir construyendo una cultura de paz, con sus pautas de comunicación dialógica y sus ideales de conciliatoria consideración por el otro.

El gran recurso, como explícita o implícitamente se declara en las contribuciones en las diversas colaboraciones que siguen, es la educación. Aun sin certeza total en cuanto a los resultados del enfoque pedagógico no nos es lícito, ni racional, ni moralmente dejar de privilegiar esta vía.
Se trata de una axiopsicoeducación ya que, desde un ángulo que se extiende mucho más allá de la sola ilustración, se sustenta en valores (respeto a la vida, respeto al otro, felicidad), en ahondar en las causas psicológicas que inclinan a la violencia (reacción muchas veces inconsciente en relación a fracasos personales o aun frustraciones colectivas, efecto de tradiciones nacionales y culturales), y por fin en el propósito de canalizar la iracundia convirtiéndola en energía constructiva hacia objetivos y tareas libres de propósitos de daño.

La capacidad de derivar tendencias hacia metas distintas de las originales aparece tempranamente. Según D. W. Winnicott ya en la primera infancia; dice así el prestigioso psicoanalista respecto a la agresividad en los bebés: “cuando fuerzas crueles y destructivas amenazan con predominar sobre las amorosas, el bebé puede disfrutar del morder independientemente de sus sentimientos hacia la gente mordiendo objetos que no sienten”.
Por su lado Alfred Adler aseveraba en su El sentido de la vida que “…la guerra, la pena de muerte, el odio de razas y de pueblos (…) son originados por la insuficiencia del sentimiento de comunidad y deben ser comprendidos como intentos perniciosos de resolver una situación con medios improcedentes”.
Perniciosos e improcedentes porque no reflejan la triple cualidad propia de la criatura humana de racionalidad eticidad y capacidad de amar. Traicionan esas aperturas hacia la trascendencia.

Otra convicción que acerca entre sí las distintas aportaciones al proyecto de fundamentar la paz radica así en la fe en la educación para ir aminorando en intensidad y frecuencia los eclipses de la dimensión propiamente humana y avanzar en cambio hacia su eventual plenificación.
No es una beata candidez la búsqueda de la paz perpetua preconizado por Kant, es una empeñosa tarea.
A quienes así no lo vean los exhorto a no propagar su negativismo, porque es hasta inmoral socavar iniciativas que apuntan a la perfectibilidad de nuestra índole. Con cautela y a la vez ilusión habrá que unirse una y otra vez, desde perspectivas plurales, en la dedicación activa a la causa de la paz, dando fin al mito de la inevitabilidad de la guerra.

lunes, 1 de octubre de 2007

SENDAS DE PAZ, por Aída Aisenson Kogan.


AGOTAR EL CAMPO DE LO POSIBLE HACIA LA PAZ






· Agota el campo de lo posible.
Píndaro
· Lomij zij iberbeitem, iberbeitem
koif a pur maronzen
lomij zij iberbeitem, lomij gueien tomsem
(¡a amigarse, compra un par de naranjas y vamos a bailar!).
Canción popular idish



Es de todos sabido que los caminos conducentes a edificar el ideal de la paz entre las naciones son complejos y diversos: económicos, sociales, políticos, psicológicos. En el texto que sigue concedo atención casi exclusivamente a los factores psicológicos, de orden individual y colectivo, porque la clave del paso de las hostilidades a la concordia reside básicamente a mi juicio en un cambio de actitudes.
Piénsese por ejemplo en el problema del empecinamiento en determinaciones preconcebidas que bloquean el descubrimiento de posturas nuevas.
Los planes de paz y las iniciativas e incumbencias que les serían conexas no son necesariamente complicados en sí, pero difíciles de concretar porque chocan con posiciones de fuerte arraigo que inclinan a la violencia. Se trata por el contrario de dejar atrás viejos y paralizantes clisés; en el conflicto palestino-israelí por ejemplo, “no hay con quien hablar” (los israelíes) o (los palestinos), “nos arrebataron nuestras tierras, hay que arrojarlos al mar”; y generar planes originales de acercamiento a una meta común, despegándose de las habituales acusaciones tanto entre los adversarios directos como por parte de sus respectivos partidarios.
Y bien, ¿cómo dotar de fuerza impulsora al propósito de revertir la declamada (y actuada) pugnacidad para dar cada vez mayor cabida, en cambio, a la voluntad de paz?
Mi intención aquí es precisamente la de esbozar un programa destinado a ese fin, esbozar digo porque lo considero susceptible de ser enriquecido, sobre todo en lo que toca a la implementación de medidas práctica.
El enfoque psicológico es fundamental. Así, vuelvo al mismo ejemplo, el conflicto palestino-israelí que con tan dolorosas consecuencias para los pueblos involucrados se arrastra sin perspectivas ciertas de solución desde mediados del siglo pasado, constituye un caso paradigmático de obstinado y hasta insensato apego a convicciones y nostalgias que se alzan como el mayor obstáculo para la reconciliación.
Actitudes


Ya que las guerras comienzan en las mentes de los hombres, es en las mentes de los hombres donde se deben construir los baluartes de la paz.

Preámbulo de la Constitución de la UNESCO, 1948


Está a nuestro alcance la posibilidad de disminuir de modo inconmensurable la suma de dolor y miseria que hay en el mundo, pero poco avanzaremos por este camino mientras permitamos que creencias irracionales opuestas entre sí dividan a la raza humana en grupos mutuamente hostiles.
Bertrand Russell


En la unidad de emergencia de un hospital los médicos no se preguntan de quién ha sido la culpa sino que deciden lo que hay que hacer.
Amos Oz



Un cambio de actitudes es lo que se impone si se anhela la prevalencia de la paz; sugiero que se adopten las que enumero a continuación.
1. Suspender la rencorosa formulación de acusaciones de una a otra parte. Es una proposición sumamente difícil de llevar a la práctica, porque en torno a las cuestiones conflictivas cunden las visiones maniqueístas y se han acumulado prejuicios, resentimiento y mala información. Sin embargo, si no se elige esa vía las diferencias no harán sino perdurar o aun ahondarse, con sus secuelas de muerte y sufrimiento e incluso con peligro a veces para la paz mundial.
2. Disponerse a esforzar la imaginación para el hallazgo de soluciones positivas desde ángulos de visión inéditos o muy escasamente considerados. Atreverse a pensar distinto, a derribar partidismos exclusivistas, por aceptados que sean en el medio en que uno vive, tenidos incluso como sello de idealismo.
3. Moderación. Las posiciones de máxima, el fundamentalismo de la llamada opción “suma cero” en el lenguaje de la teoría de los juegos (o sea, una de las partes gana todo, la otra lo pierde todo) resulta por lo común en perjuicio para ambas. Estudios experimentales en torno al clásico juego matemático el Dilema del Prisionero revelaron que perseguir la máxima ganancia (en ese juego obtener la libertad a costa de la condena más elevada de la eventual contraparte, que carga con toda la culpa del delito cometido) no es provechoso para ninguno de los contendientes. Ya lo dice la sabiduría popular, “la codicia rompe el saco”, y desde un nivel profesional de análisis la cooperación se reveló experimentalmente como la mejor estrategia. La inclinación al compromiso, a comedirse a rebajar los reclamos, conduce, así sea a la larga, a resoluciones en mayor o menor medida satisfactorias; representa el triunfo de la prudencia, de aristotélico prestigio.
4. Perseverancia. Es preciso persistir en las medidas de acercamiento a la paz que se hayan ido tomando si se perciben progresos, aun cuando no sean enteramente prometedores, reiterar los ofrecimientos de diálogo y las acciones conciliatorias, hasta corriendo el riesgo de bajar en algún grado las defensas. Significa demasiado para el bienestar de los pueblos el logro de la conciliación como para no analizar cuidadosamente y controlar el propio recelo. Si es entendible que los tomadores de decisiones no se dejen llevar por un fácil optimismo, hay que reconocer asimismo que la no reciprocidad en cuanto a las ofertas de acuerdo no siempre es definitiva: también del otro lado de la frontera se terminará probablemente por apreciar la coexistencia en armonía. La historia es rica en ejemplos de muy enconadas y prolongadas guerras u hostilidades que parecían insolubles y concluyeron sin embargo en pactos de paz. Solo unos pocos casos, de estos últimos siglos: Francia y Alemania, después de luchar entre sí en 1870, 1914 y 1939, son hoy prácticamente naciones aliadas; entre nosotros, la rivalidad con Chile por cuestiones territoriales se ha transformado en amistad entre pueblos y gobiernos, cuando pocas décadas atrás nos hallábamos al borde de la guerra; India y Paquistán, se empeñan en la actualidad en superar su diferendo por Cachemira; EE.UU. y Japón, acérrimos adversarios en la Segunda Guerra Mundial, son hoy potencias amigas; se está sellando la paz entre católicos y protestantes en Irlanda, y así sucesivamente. Esperemos que la cuestión de las islas Malvinas, que por causa de un gobierno que padecimos, irresponsable y ambicioso de poder, derivó en desgracia para centenares de jóvenes argentinos e ingleses y sus familias, se resuelva dentro de un lapso no demasiado largo en un final feliz y justo. Y lo mismo habrá de ocurrir, si es que la política se deja guiar por la sensatez y la compasión, en Irak, desgarrado por una virtual guerra civil hoy, después de la injustificada invasión de los EE.UU. Mis ejemplos solo son una mínima parte de los registrables; antes que abandonar la esperanza más bien hay que indagar sobre el porqué de los repetidos fracasos de los acuerdos hasta ahora intentados y prevenir que no vuelva a ejercer su aciago efecto. En la medida de lo posible, hasta lograr lo que una firme voluntad de paz, sostenida por las actitudes recién expuestas así como por otras que a continuación consigno, se fije como meta.
5. Superar el escepticismo, otra manera de decir perseverar. Esto es, aunque la paz perpetua, como tituló Kant a su famoso opúsculo, sea vista como un ideal inalcanzable, si este ideal perdura aun es porque responde a un reclamo esencial del alma humana. A pesar de las embestidades brutales de la agresividad en el terreno internacional y en otros también. Es como ser fiel a un mandato de autenticidad no ceder a las muy comunes, incluso estereotipadas incitaciones al desánimo: “somos naturalmente agresivos”, “siempre habrá guerras”. Acaso así sea, no me propongo debatir aquí el todavía irresuelto problema de si la agresividad debe juzgarse ínsita a la índole humana o adquisición cultural; sea de una manera o de otra cabe encauzarla por carriles que no impliquen maltratos, y en nuestra condición de seres éticos no nos es lícito contemplar cómo se extienden los estragos causados por las guerras o el terrorismo sin empeñarnos, aun cuando parezca contra viento y marea, en promover respuestas diferentes ante las incompatibilidades de intereses y anhelos que inevitablemente dividen a las gentes y les dan nacimiento.
6. Mirar hacia el futuro. Lo que entraña dos condiciones al menos: despegarse de la ambición de quererlo todo para uno mismo o para el propio pueblo o fracción política, y visualizar las posibilidades de desarrollo individual y comunitario que ofrecen las salidas pacíficas. Por caso, para volver al Medio Oriente, resignarse a una doble renuncia, a la soberanía indivisa de Jerusalén los israelíes, y los palestinos a que no regresen en su totalidad los hoy refugiados que huyeron de Israel cuando la Guerra de Independencia. Es preciso abrirse a la perspectiva de un nuevo destino.
7. Intensificar la capacidad de empatía, inclinarse cada una de las partes a comprender la posición y los sentimientos de sus contrarios con espíritu amplio y contemplando su eventual composibilidad con los propios. La empatía se liga con el mandato moral de no causarnos sufrimientos unos a otros, mitigar más bien el padecimiento ajeno, y se liga también con el descenso del temor al otro.
8. No ceder al maniqueísmo, prejuicioso y halagador para la autoestima, que condena de antemano al adversario y se constituye así en un fuerte obstáculo para cualquier acercamiento. El maniqueísmo lleva a exagerar la gravedad de los perjuicios que se hayan soportado y a responder “justicieramente” con reacciones desproporcionadas.
9. Desenamorarse de la violencia “heroica” del sacrificio de la propia vida, y no menos del homicidio de otros, por causas patrióticas o ideológicas. Saber decir así no al orgullo de algunas madres de terroristas suicidas “mártires”, que evocan a la romana madre de los Gracos; privilegiar otras alternativas para sostener los ideales que se alientan y confrontarlos honestamente con los del adversario. ¿No nos aúna con él, al fin de cuentas, un común anhelo de justicia? Amparada en ese despiadado heroísmo se extiende una aberrante normalización, se diría, del homicidio, del suicidio y de toda clase de ofensas.
10. Mantener la independencia de juicio frente a la información (tantas veces desinformación interesada, mendaz) que traza una imagen demonizada del adversario y bloquea de tal modo la posibilidad de una real comunicación. Influye en estas facetas discriminatorias de los medios el hecho de que revisten un atractivo sensacionalista, tanto en los textos como en las imágenes de cadáveres o de sangre. Claro que adoptar una postura crítica no es fácil en la era de la comunicación en que vivimos, cuando se nos avasalla con oleada tras oleada de datos que muchas veces no son tales sino invenciones destinadas a manipular las conciencias.
11. Independencia de juicio también en relación a lo que es visto como “políticamente correcto” o “progresista”, ya que en el orden de las posiciones políticas o ideológicas no es infrecuente que rija la esclavitud de la “obediencia debida”. Exige coraje apartarse de las convicciones predominantes en los grupos de pertenencia, que nos forman y nos contienen, y no clamorear con la multitud. Tal acatamiento, como la experiencia histórica lo demuestra, ha conducido a tremendos desastres, a más de la enajenación que implica traicionar la autonomía de la expresión, no atreverse a manifestar lo que verdaderamente se piensa y se siente.
12. Visualizar las consecuencias que conllevan las acciones de beligerancia armada: destrucción, muertes, mutilaciones, perturbaciones psicológicas. No permitirse olvidar que lo que se da en cada guerra es un masivo sufrimiento extendido en el tiempo casi siempre, que castiga a todos los intervinientes, aún en los vencedores.
13. Responsabilidad hacia las generaciones siguientes, esa irrenunciable preocupación que recalca Hans Jonas, alertado sobre todo por los progresos indiferentes a la ética de la tecnología. El filósofo formula de varias maneras el imperativo moral que el principio de la responsabilidad entraña; elijo una de ellas: “Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra”. Esto es cuidar que la acción no ponga en riesgo las posibilidades de desarrollo personal pleno de los seres humanos futuros, y aun antes que eso, que no se ponga en peligro su misma supervivencia. ¿Y quién puede asegurar la supervivencia de nadie sí comprobamos diariamente por los medios que, dos ilustraciones entre tantas otras, China y Rusia se rearman, aumentan sus presupuestos militares (noticia de marzo de 2007), y que el fantasma de una reanudación de la Guerra Fría entre las grandes potencias no termina de abatir su amenazadora cabeza? Para no referirnos a la negativa de Irán de suspender su plan nuclear, desafiando las alarmadas admoniciones internacionales. Se impone el análisis de un tema fundamental, ¿qué constituye auténtico patriotismo, justicia vindicativa anclada en el pasado o empeño por instaurar mejores condiciones de vida para la población del país y la niñez que se ama y residirá en él?
14. Cuidado del contenido y estilo de los mensajes, evitando el lenguaje amenazador u ofensivo. Dice Bertrand Russell en su Ética y política en la sociedad humana que es preciso “mitigar las asperezas de la propaganda oficial (o de los embanderados en una u otra causa, agrego por mi lado) y restablecer las cortesías tradicionales en el intercambio diplomático”. ¡Gran poder de la cortesía!, gran poder del lenguaje, que tanto nos acerca unos a otros como nos enemista, que tanto trasmite valores como se pone al servicio de su tergiversación, que tanto incita a glorificar lo que daña como descalifica posiciones que redundarían quizás en beneficio colectivo. “Heroísmo” patriótico se dice, recordemos, para encomiar homicidios o la autoinmolación, y nunca se alude a la saludable conveniencia de una compartida pusilanimidad por parte de todos los enfrentados, que tanta muerte y destrucción ahorraría. El habla tiende lazos entre las gentes, no nos privemos de intentar la persuasión; enorme bien resultaría para cada individuo cada comunidad y para el mundo todo que las armas callaran y nos oyéramos en cambio unos a otros, aun en los más espinosos conflictos a este difícil logro es indispensable llegar y, digámoslo otra vez, nada justifica en la historia de las relaciones internacionales juzgarlo imposible. Además está comprometida en ello la paz mundial. ¿Quién puede negar una ampliación de las hostilidades que castigan a una región en esta época globalizada en que el efecto llamado “mariposa” no hace sino confirmarse día a día?
15. No dejarse dominar por el temor, que suele deformar hechos efectivos o eventuales cargándolos de una amenaza excesiva, y realista tantas veces.
16. Última en esta lista sumo una actitud que es sin embargo condicionante primero: la valentía de la autotransparencia. Quiero decir buscar en uno mismo los obstáculos que cierran las vías de la paz (irenológicos los llamo, irene = paz en griego) al disfrazar de idealismo la verdadera índole de nuestras motivaciones cuando ellas pueden chocar con las exigencias de la moral al ser en verdad no nobles sino solo egocéntricas.


Las actitudes arriba enumeradas, cuyo influjo juzgo requisito necesario para arribar a diálogos de paz, están condicionadas a su vez, en redes de efecto recíproco, por otro tipo de factores, cuyo variado carácter es muy comúnmente señalado: político-económico, histórico, circunstancial, de tradición cultural. De todas formas algunas al menos de aquéllas son de indispensable presencia.
John Dewey habló de “disposiciones operativas de la mente”. Y sí, es precisamente lo que el panorama actual de la política internacional pide, disposiciones operativas de la mente que, actitud y acción imbuidas por los valores de la paz vayan construyendo un futuro diferente. Es que aunque la evolución de los hechos históricos depende del concurso de muchas causas objetivas, el anhelo y la intención ocupan el puesto principal.
Educación


No se debe educar a los niños únicamente según el estado presente de la especie humana, sino según su futuro estado posible y mejor, es decir de acuerdo con la Idea de Humanidad y con su destino total.
Immanuel Kant


Para que se amplíe el predominio de las actitudes conciliatorias en el procesamiento de conflictos habría de darse un cese progresivo de amenazas y de ataques de hecho. Pero ¿cómo lograr lo uno sin lo otro, qué es lo primero? Todo: fomentar cualquier asomo de atenuación de la belicosidad y a la par ir instaurando o fortificando las actitudes que propician la paz. La vía para alcanzar este logro es la educación, el desarrollo de vastas campañas de educación formativa en los valores de la convivencia que concedan prioridad a la comprensión y el entendimiento entre las gentes, incluidas desde luego las relaciones en el plano internacional. En ello juega una parte la apreciación racional, pero lo crucial reside en la dinámica emocional y valorativa. Los adversarios, convivirán al fin en armonía solo cuando quieran este logro más que la satisfacción de sus reivindicaciones, nacionalistas, ideológicas o de otro género, esto es, cuando su aspiración mayor sea que ellos mismos y sus compatriotas o camaradas ideológicos puedan conducir sus vidas y las de los suyos por rutas no sometidas a las alienantes embestidas de la violencia. Ello representa liberación, que se ha dejado de ser rehén de un pasado de exigencias incompatibles con el reinado de la concordia… y con la eminentemente humana vocación de felicidad.


Al ocuparme a continuación del papel de la educación en la consolidación de relaciones armónicas no tengo en cuenta solo la otorgada en el campo de la docencia formal en establecimientos de enseñanza de diverso nivel, sino también a la que es dable impartir, como de hecho ocurre, en cualquier ámbito donde se reúnen personas que influyen unas sobre otras: instituciones culturales, profesionales, deportivas, círculos de amigos, sindicatos y obviamente en el jalón inicial de todos los traspasos de normas de conducta que es la familia.


Registro ahora, a modo de ilustración, una breve serie de procedimientos aptos sobre todo aunque no con exclusividad, para su empleo en el marco escolar. Comparten el triple objetivo, más o menos acentuada una u otra de sus facetas, de promover la autoconciencia sobre los sentimientos experimentados, abrir a la empatía respecto a las ambiciones, ideales e ilusiones de las eventuales contrapartes y despertar la inventiva para hallar reemplazos o al menos canalizaciones no destructivas de los impulsos de agresión en el manejo de conflictos.
Y otro aspecto a señalar, se refiere en especial a los métodos en los que los educandos asumen roles activos, como sucede en los juegos y en los ejercicios de dramatización: dado que éstos se practican en grupo, se producen muy comúnmente efectos de enriquecimiento mutuo; así, mayor capacidad de atención al coprotagonista, nuevos enfoques conceptuales, más sensibles posturas afectivas.
Claro que los coordinadores deben cuidar también que no cobre fuerza un sometimiento pasivo a las posibles presiones de grupo, en desmedro de la autenticidad de las reacciones de cada participante.
Me limitaré a referirme a cierto número de los procedimientos más empleados hasta el presente, y comienzo con algunos ejemplos de los preconizados por la UNESCO para su aplicación en las llamadas Escuelas Asociadas, según el Plan Experimental de 1953, de deseable extensión a escuelas comunes estatales o privadas. Extraigo los datos al respecto del enjundioso y documentado libro de Esther de Zavaleta Educación para la convivencia (2da edición, 1995).
Se informa en el mismo que en la actualidad existen más de 1.800 escuelas asociadas distribuidas en distintos países del mundo y que en nuestro país suman más de 115. Se recalca la importancia del enfoque pedagógico socioafectivo, ideado por David Wolsk en relación con la idea de paz, sobre la base de prácticas pedagógicas ya utilizadas con anterioridad en establecimientos de enseñanza para la comprensión de las propias motivaciones y con ello la libertad de ser fieles a las reacciones verdaderamente genuinas.
La finalidad específicamente buscada aquí es que a través de juegos y ejercicios experimentales que protagonizan los alumnos conscienticen éstos sus propias tendencias. Así ¿privilegian la competitividad agresiva o los intercambios dialogados en los casos de conflicto? Los comentarios posteriores, según el juego que se haya ensayado permiten explorar sentimientos tales como confianza en el otro, placer de crear juntos entre dos, o por el contrario, en el género de las “pasiones tristes” de que habla Spinoza, rivalidad, inseguridad, pobre concepto sobre las propias dotes, o reacciones semejantes. Todo ello traduce naturalmente las posturas que se asumen por lo común en la vida real, con repercusiones en las relaciones interhumanas; no hace falta señalar que la finalidad última, sostenida en la visión autocrítica que los experimentos favorecen, reside en inducir a los procesamientos de conflictos de tinte conciliatorio, con adhesión a los derechos humanos y al respeto por el otro.
Veamos algunos de los ejercicios que en consignan en Educación para la convivencia. Se trata en “qué es el hombre” de responder a un cuestionario. Divididos en grupos loa alumnos contestan a la pregunta ¿qué es el hombre?, luego a ¿qué es un argentino? (por ejemplo), luego a ¿quién soy yo?
“Negociaciones pacíficas”. Se representan con colores diferentes, dentro de un gran rectángulo, cuatro países distintos. Los alumnos, divididos igualmente en cuatro grupos, eligen un correspondiente canciller y un ingeniero. Como cada país ha de construir largas carreteras hacia la frontera exterior del otro, su canciller debe gestionar permisos de los países que se tendrá que atravesar.
“La cadena del rumor”. Se designan cinco alumnos, cada uno de los cuales, a medida que entra en el aula observa una imagen previamente seleccionada, la que describe al compañero que le sigue, y así hasta que el último expone ante la clase lo que le ha sido trasmitido, comprobándose como se va alterando el mensaje.
La variedad de ejercicios que cabe idear es sumamente alta, y el tipo de cada uno de ellos de una manera u otra permiten explorar (y eventualmente modificar, o aclarar sobre ellos, prejuicios y estereotipos, sentido de responsabilidad, autovaloración y valoración del prójimo, empatía, nivel de aspiración, confianza o desconfianza en el otro. En suma, se echa luz sobre componentes de la gama subjetiva que inclinan a la pugnacidad o a la búsqueda de la conciliación y asimismo el grado de la independencia de juicio.
La UNICEF se ha interesado en el desarrollo de los valores en el aula, por ejemplo con debates sobre la libertad centrados en la actuación de líderes como Gandhi o como Nelson Mandela, promotores de la independencia de sus respectivos países que no recurrieron a la violencia.
Fuera del marco de la UNESCO diversas instituciones y círculos de psicoterapeutas y pedagogos han diseñado ricos repertorios metodológicos, diversificados según edades, lugares de aplicación y tipos de destinatarios. Se ha ido pues más allá de las estructuras de la enseñanza formal, y aunque no siempre específicamente dirigidas a la educación para la paz muchas de esas iniciativas contribuyen a propiciarla, así sea de modo indirecto, al tener por objetivo la madurez de la personalidad.
Una ilustración: se indaga entre los integrantes de un grupo cuales son las actitudes hacia ellos que los gratifican o que, opuestamente, les causan malestar. ¿El objetivo?, incrementar el conocimiento de sí y la aceptación imparcial de las opiniones ajenas.
En una escuela primaria rural (en Francia), se propone a niños de entre 7 a 11 años que envíen por escrito preguntas a personas adultas de su comunidad; entre ellas, ¿si un vecino te detesta, lo detestás también?, ¿amás la alegría?, ¿si alguien se muestra agresivo tratás de calmarlo o luchás contra él?
Serían útiles los debates en instituciones y grupos diversos sobre el tema del armamentismo, enhebrando reflexiones en torno a la responsabilidad de los científicos y técnicos que crean cada vez más poderosos instrumentos de muerte, y de hecho sobre la responsabilidad de todos cuantos, desde sus distintas funciones y grados de colaboración, aportan a esa tétrica proliferación.


En éstos o similares procedimientos se ejercerá casi inevitablemente cierto dirigismo; pues bien, mejor será que los coordinadores sean conscientes de ello y manejen con tacto la cuestión en lugar de soslayarla.
De la totalidad de los arbitrios hasta ahora empleados para mejora de las relaciones humanas que caen bajo mi conocimiento privilegio los recursos del psicodrama, teoría y método ideado por el talentoso y creativo Jacob L. Moreno. Entre las plurales técnicas que incluye son las más eficiente los soliloquios, la proyección al futuro, y en especial la inversión de roles.
Al encarnarse a sí mismos, a personajes de su pasado o de su imaginario o a sus actuales compañeros de ejercitación, los psicodramatizantes se van interiorizando de sus propios movimientos anímicos, ensanchando los límites de su autoconciencia y aprendiendo a escuchar al prójimo, al par que crece su disposición a dar apoyo y a la colaboración constructiva. Muy dentro del espíritu socioafectivo por cierto. Desde el espacio simbólico del aquí - ahora - conmigo de las sesiones, individuales, grupales o institucionales, podrán extenderse esos logros subjetivos al espacio real del afuera y constituirse en fuente de paz social.
Detallo sucintamente las técnicas a que me referí: los “soliloquios” consisten en una exposición oral ante la audiencia psicodramática que pone al descubierto ansiedades, anhelos, propensiones, llevándolos a más profundos niveles de autocomprensión y genera mayor coraje frente a la mirada ajena. En la “proyección al futuro” se procura imaginar las consecuencias del obrar (¿qué pasaría si yo hiciera o dejara de hacer tal cosa?) y se perfilan con más exactitud las metas perseguidas, lo que uno realmente anhela. Y autoesclarecimiento es autonomía, camino hacia ella al menos, y por ende responsabilidad. Por fin, cuando se practica la inversión de roles cada uno de los participantes asume el papel de una de sus contrapartes, habla y actúa desde ese lugar, y de tal modo se le esclarecen motivaciones y sentimientos que de no entenderlos solo suscitarían acaso su suspicacia, intolerancia, hostilidad o desprecio.
Podría pensarse que dos recientes filmes de Clint Eastwood en los que se reflejan acontecimientos bélicos (la conquista del monte Iwo Jima) según los respectivos ángulos de visión de soldados enemigos en la Segunda Guerra Mundial, estadounidenses y japoneses, constituye como un ejercicio de inversión de roles, contribuyendo éste a un común rechazo de la insensatez e intrínseca perversidad de la guerra.
Es porque contemplar un mismo suceso militar desde las perspectivas opuestas de los bandos enemigos permite acceder a la objetividad, permite poner bien a la vista, para emplear palabras del mismo Eastwood en un reportaje que “hubo jóvenes inocentes sacrificados por decisiones de sus superiores que en muchos casos ni siquiera compartían”. ¡Decisiones de enviarlos a la muerte, de hacer que maten a su vez! Las dos películas “escapan de la lógica de buenos contra malos que ha dominado al cine bélico desde siempre. Hoy sólo tiene sentido abordar este género si se está dispuesto a mostrar en toda su dimensión los efectos devastadores de las guerras en los seres humanos y en las sociedades”.
En el campo de la literatura son incontables los aportes a este mismo fin; recordemos dos de ellos entre las obras clásicas: Abajo a las armas, de la baronesa Bertha von Sutter, Premio Nobel en 1905, y el famoso Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque. Forman parte de una como vasta campaña de sensibilización ética. Según lo expresó Jacobo Kogan: “Hay algo permanente en las teorías éticas, y es el sentimiento de comunidad… que incluye la compasión por el prójimo sufriente y la disposición a socorrerlo”. Por lo tanto, incluye un “abajo a las armas”.
Existe un muy alto número de asociaciones distribuidas por casi todos los países del mundo que se centran en promover relaciones de paz en el campo internacional, y más ampliamente en el objetivo de contener distintos géneros de violencia entre las gentes o, mejor aún, erradicarla.
Empezar por fomentar la paz interior, la paz en los corazones, no puede considerarse un mal comienzo, pero es preciso continuarlo activamente con el examen de conflictos reales, analizando la posibilidad de que sean resueltos por vías que transformen las contraposiciones violentas en intercambios de ideas, pasando de situaciones generadoras de lucha a otras susceptibles de ser aceptadas por los contendientes. Aunque la dinámica histórica es probable que en el curso de los años vaya modificando hechos y reacciones, dando lugar a nuevos conflictos, lo deseable es que se haya aprendido de las experiencias del pasado y que la formación en la cultura de paz, una axiopsicopedagogía, hagan nacer con frecuencia cada vez mayor empresas que demanden entusiasmo, a modo de lo que William James denominó el “equivalente moral de la guerra”.
Se trata al fin de cuentas de ajustarse a principios establecidos en la declaración de los Derechos Humanos en este propósito de “educar las voluntades”, según las palabras de Juan Bautista Alberdi, quien especifica: “es preciso educar las voluntades si se quiere arraigar la paz en las naciones”. Y de tomar en cuenta en especial la Declaración de los Derechos del Niño, promulgada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1959, en cuyo artículo 10 se estipula: “el niño debe ser educado en un espíritu de comprensión, tolerancia, amistad entre los pueblos, paz y fraternidad universal”.


En cuanto al papel que les toca a los medios, es importante para que los mensajes emitidos ejerzan un influjo benéfico que, venciendo la consabida y corrupta tentación del mayor lucro, se les conceda al menos tanto lugar a los proyectos positivos como a las noticias sensacionalistas que atraen a audiencias mayoritarias. Ética y promoción de la paz se hallan estrechamente unidas, como asimismo, por múltiples ataduras, guerra y codicia.
Y por encima de todo los fines y las normas de la educación para la paz, acordes con la dignidad de la criatura humana, con la justicia que se le debe y con la piedad, constituyen una vía esencial para posibilitar la salud física y psíquica y la dicha de millones de niños y adultos en todos los rincones del planeta, en la dimensión de la plenificación de su condición de personas.


Solo con la participación de centros de irradiación, con la inclusión en los programas de miembros de variados estamentos sociales y difundiendo una docencia que apoyada en el saber psicológico comience muy precozmente, llegará a ser seguida, tal vez, la admonición que formuló Albert Einstein hace casi cien años ya, en su libro Mis últimos años, un mensaje a los intelectuales: “Tenemos que revolucionar nuestro modo de pensar, revolucionar nuestras acciones y tener el valor necesario para revolucionar las relaciones entre las naciones del mundo. Los clisés de ayer ya no sirven hoy y, sin duda alguna, mañana estarán completamente anticuados”.
A mi juicio deberían haberse explicitado específicamente los principios propios de la cultura de paz en la Ley de Educación Nacional dictada en nuestro país en diciembre de 2006. ¿Puede alegarse que se los ha contemplado al quedar establecido entre otros puntos que la educación debe “promover en cada educando la capacidad de definir su proyecto de vida, basado en los valores de libertad, paz, solidaridad, igualdad, respeto a la diversidad, justicia, responsabilidad y bien común? ¿O al afirmar en el Capitulo 3° que se debe "brindar una formación ética que habilite para el ejercicio de una ciudadanía responsable”? No basta ello, sostengo sino se habla expresamente de la guerra y la paz. Aunque tal explicitación no sería compatible con muy generalizadas políticas gubernamentales que de ninguna manera repudian el uso de la fuerza, vinculada con hipótesis de conflicto y por tanto, en uno o en otro grado son armamentistas. ¡Con la congratulante excepción en nuestro continente de la posición de Costa Rica, país que carece de ejército!
Pero todos cuantos se identifican con la causa del progreso moral de nuestra especie deben atreverse a dar pasos decisivos en la dirección que implica el desarme, en el fuero interno y en los hechos. Y sólo si la cultura de la paz forma parte declarada de la transmisión de conocimientos y normas en que consiste la educación resultarán injustificados comentarios como el de Nehru, cuando al ser consultado sobre una encuesta popular sobre si ir o no a la guerra con Paquistán (se trataba de la cuestión de la disputada Cachemira) respondió el entonces primer ministro de la India: “si las relaciones exteriores se manejaran según el criterio de la opinión pública el mundo ya habría desaparecido”.


Posicionarse con sentido humano frente a los más graves asuntos de la política, cooperando instituciones y personas en la medida de sus posibilidades y desde su particular esfera de acción, importa a mi entender un ejercicio de liberación de la inteligencia, que alentada por un sentir de raigambre ética, conduce al hallazgo de salidas constructivas, libres de belicosidad y de estereotipados rencores. Buena parte de los juegos, ejercicios, estímulos a la reflexión y comentarios arriba señalados podrían verse como ilustraciones de tal liberación, en la forma del llamado pensamiento lateral por Edward de Bono. Su meollo, interpreto, quedaría sintetizado en la pregunta: ¿por qué no, por qué no de esta otra manera? Con abordajes distintos de lo acostumbrado se barren atascos mentales y emocionales que detienen las iniciativas fructíferas, y en situaciones de conflicto instigan al tan usual empleo de amenazas y de la fuerza.
Los procedimientos pedagógicos y otros recursos aplicables a la empresa de hacer arraigar el ideal de la concordia en las conciencias, por una parte se nutren del pensamiento lateral, y a la vez influyen sobre éste cuando dan nacimiento concreto a cursos de acción poco transitados.
El modelo de la discusión-choque debe ser reemplazado por el de proyecto afirma de Bono, lo cual exige una “pesada carga creativa”. Más bien salto que carga, diría yo, o revolución, según las palabras de Einstein: “…es imposible aplicar métodos y medidas que en épocas anteriores habrían sido suficientes”. Se trata, para volver a las palabras de de Bono, de “una manera oblicua de presentar ensayos, propuestas y sugerencias”.
También inaugura nuevos ángulos de visión la teoría de Howard Gardner sobre las inteligencias múltiples, al postular la existencia de cinco tipos de mente. Destaco entre ellas la “mente ética”, cuyo funcionar se ajusta a principios como la que debe tomar el mando cuando la cuestión a resolver es un conflicto, divida éste a pueblos, individuos o grupos.
El filósofo Edgar Morin aboga en favor del “pensamiento complejo”, que vincula con una “democracia cognitiva”. Esto es tanto el conocimiento del mundo, sujeto al esoterismo de los expertos, como en particular el de los asuntos sociales, exigen romper con el patrón de las ideas “claras y distintas”, reaprender a pensar tomando en cuenta en cambio la complejidad de las tramas que relacionan las partes con los todos en interacciones recíprocas. Los fenómenos son multidimensionales, a la vez solidarios y contrapuestos.
Hace alrededor de una década cobró fuerte resonancia la concepción de la inteligencia emocional, forjada por Daniel Goleman, a quien también se le debe una teoría sobre la inteligencia social.
La inteligencia emocional se suma a la cognitiva, medible ésta tradicionalmente por el cociente intelectual, y se caracteriza en esencia por la facultad de saber sobre uno mismo, en especial sobre nuestros afectos, sobre cómo y cuándo gobiernan ellos nuestro obrar más que la lógica, y por la facultad de identificarse con el dolor del otro. De ahí que en ella radiquen los orígenes de la tolerancia a la frustración y del desarrollo moral.
Por lo que compete a la inteligencia social, se destaca entre sus rasgos la empatía primaria, con su don implícito de saber escuchar al otro.
Desde un enfoque distinto del de la flexibilización del pensar, centradas en cambio en exigencias éticas, se inscriben como aporte substancial al manejo de conflictos la teoría de Karl O. Apel y la de Jürgen Habermas. Resumo en una síntesis brevísima los puntos fundamentales de la ética del discurso. Sostienen ambos filósofos, con matices diferenciales que no hacen a mi interés aquí, que las reglas de la convivencia deben surgir por consenso, de diálogos entre partes a las que se les reconocen recíprocamente iguales derechos y en los que se atienden las conveniencias de todos los afectados por las resoluciones a que eventualmente se arribe. Así pues, respeto por todos, justicia para todos en estos tratos “ideales”, de los que queda descartado el influjo del poder o cualquier manipulación astuta. Es que el punto de partida de tales intercambios comunicacionales es un “nosotros argumentamos”, que al constituir un principio de los regímenes de gobierno representativos, destierra el dominio de nadie sobre nadie.


En dos propuestas que expongo a continuación veo ilustraciones de la orientación hacia caminos originales a que instan las concepciones recién vistas.
La primera fue ideada por el psicólogo Charles Osgood, bajo el nombre de Grit, sigla de Gradual Reciprocal Iniciatives in Tensión Reduction (Iniciativas graduales recíprocas para la reducción de tensiones), y ofrece como solución de situaciones de confrontación un proceso de desescalada de las acciones hostiles y en su reemplazo una sucesión de pasos en favor del acercamiento mutuo, a cargo de los contrincantes o comprometidos en un conflicto efectivo o eventuales hostilidades. Es aplicable por ejemplo a la disminución de armamentos, como el mismo Osgood sugirió ante el Senado de su país durante los años de la Guerra Fría. El filósofo Karl O. Apel concibió un proceso similar para la “formación no violenta de consensos”, meta capital en su teoría ética de la comunicación, como generador de confianza recíproca entre adversarios. ¿No es evidente acaso que el aumento de la confianza se traduce en aminoración de la belicosidad?
Cada paso representa una audaz cabriola mental, ¿por qué no?, plantearse tanto unos como otros: ¿seríamos los primeros en arriesgarnos a dar comienzo a esos prudentes pasos conciliatorios, y si las respuestas iniciales no fueran promisorias, insistiríamos? Uno de los enemigos más formidables de los adelantos es el desaliento.
Adoptan igualmente una perspectiva distinta en algunos aspectos al menos de las contempladas hasta hoy en torno al conflicto específico palestino-israelí, las sugerencias debidas al teorizador de conflictos Johan Galtung, publicadas en un artículo periodístico de fines de 2006. Guiándose por el sentido común, aduce, es necesario armonizar las exigencias básicas de ambas partes, más allá incluso de su reconocimiento recíproco como Estados, y establecer lazos de interdependencia. Asegurarlos requerirá crear dos nuevos organismos: la Comunidad de Oriente Medio y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Oriente Medio. Con mirada tendida al futuro, a la vez que sustentada en ejemplos de acuerdos internacionales que parecían imposibles, concluye Galtung que “ambos Estados podrían convertirse en federaciones… Si el mundo fuera más sensato ya habría comisiones que exploran esa posibilidad”.
El proyecto merece efectivamente un análisis cuidadoso por parte de todos cuantos están en situación de influir en el desarrollo de los hechos. ¿Y quién carece en absoluto de toda influencia, así sea en medida muy limitada? Ideas y sentimientos navegan por este mundo y es difícil calcular en qué mentes y en qué voluntades con poder de modificar lo real terminarán por hallar eco. No se justifica no involucrarse.
Por otro lado creo que en ninguna oferta de argumentar es indispensable que desde el mismo inicio la totalidad de los intervinientes sean impulsados por giros nuevos: uno solo de ellos puede inspirar a otro o a otros, porque está virtualmente en la capacidad de todo ser pensante volar con alas liberadoras por los espacios de la ideación. Hay que atreverse resueltamente a esos vuelos, muy en especial en cuanto al manejo de conflictos, porque acierta de Bono al afirmar que no existe cuestión más importante que ésta para el porvenir del mundo.


¿A quiénes, entre qué edades, en qué ámbitos, con que fundamentación y por cuales vías impartir y difundir enseñanzas de paz e inducir por su intermedio a asumir actitudes afines a ellas?
En todas partes, por variados recursos, a todos: poblaciones, gobiernos, personajes clave, sensibilizando la conciencia pública mundial. Evitar la guerra concierne a la humanidad por entero y a cada país en particular. Más que nunca en estos tiempos de conquistas tecnológicas a la vez de maravilla y enormemente peligrosas si se los destina a fines de destrucción. Decir todos significa propagar esa docencia por los canales de la educación formal desde luego, pero, como señalé ya trascendiendo vastamente ese terreno hacia los de la cultura, del trabajo organizado, de la actividad científica y técnica, de las instituciones religiosas, del mundo empresarial.
En cuanto a la edad de los destinatarios, es preciso iniciar desde años muy tempranos la labor educativa y proseguirla a lo largo de las décadas posteriores de la vida, constituyéndose el proceso en educación permanente.
Con eso está dicho, otra vez, que no existe casi ningún espacio de coexistencia entre las gentes donde no quepa inculcar el ideal de la paz, ir suscitando el afán por instaurarla. Ya los jardines maternales, pasando luego por todas las etapas de la educación organizada, son sitios apropiados para cumplir ese objetivo, que precozmente emprendido dejará huellas duraderas. De ahí que sea tan preocupante, ominoso, el hecho de que a niños en edad escolar se los adoctrine en el mérito “patriótico” de matar a los adversarios, aun a costa de inmolarse a sí mismos.
En imágenes de la televisión palestina retransmitidas a varios países, incluido el nuestro, se ha visto a escolares de muy cortos años blandiendo armas y profiriendo amenazas de ataques contra sus vecinos israelíes y aun contra los judíos en general. ¿Cuanto tiempo tomará corregir tales deformaciones en el alma infantil, que además, como bombas de tiempo, pueden contribuir a desestabilizar aun más la paz ya tan desbarrancada en nuestros días por la pendiente de los choques militares y las embestidas del terrorismo, en el Medio Oriente y en otras zonas del globo? Debería ser cometido especial de la UNICEF ocuparse de que la instrucción en la violencia y el odio dejen de inficionar almas de niños.


Los progresos que se hayan logrado en la inclinación hacia la concordia y los métodos gracias a los cuales se arribe a ellos necesitan de campanas de resonancia; es indispensable el concurso de los medios, que en nuestro tiempo están en condiciones de extender la información en medida nunca conocida en épocas anteriores. Secundarían así la obra de la UNESCO y la de incontables organismos e instituciones que proliferan a nivel mundial para hacer prevalecer relaciones de convivencia libres del empleo de la fuerza.
La importancia de la publicidad fue marcadamente señalada por Kant en Sobre la paz perpetua, aunque recalcando su influjo en los modos de juzgar cuestiones de la ciudadanía, no en el aspecto formativo. Cito: “…las astucias de las políticas tenebrosas serían más fácilmente desbaratadas si la política se atreviera a conceder a los filósofos la publicidad de sus máximas”. No solo a los filósofos, cabe agregar, sino a todos cuantos piensan que la política es supremamente deber de asegurar el bien comunitario. De hecho lo sostiene también Kant; “…la tarea propia de la política es estar de acuerdo con el fin de hacer que el público se sienta contento con su situación”. Y vincula ese contento, que es un derecho público, con los regímenes de paz, paz en cuya vigencia final cree.
“Si existe un deber y al mismo tiempo una esperanza fundada de que hagamos realidad el estado de un derecho público, aunque sólo sea en una aproximación que pueda progresar hasta el infinito, la paz perpetua, que se deriva de los hasta ahora mal llamados tratados de paz (en realidad, armisticios), no es una idea vacía sino una tarea que, resolviéndose poco a poco, se acerca permanentemente a su fin (porque es de esperar que los tiempos en que se producen iguales progresos sean cada vez más cortos)”.
Para terminar con una apreciación más cercana a nuestros días, afirmaba Philip J. Noel Baker, Premio Nobel de la Paz en 1959: “Solo la opinión pública combinada de todas las naciones vencerá la resistencia de los intereses creados, de inmenso poder, que mantienen en curso la competencia armamentista y constantemente aumentan su costo y su impulso”.


A través de mi advocación sobre la relevancia de la educación, resalta su diferencia con la sola instrucción. Ésta, en cuanto a los hechos internacionales concierne, desempeña la función ineludible de informar sobre circunstancias histórico-sociales, económicas, etc., o aun sobre la psicobiología de la agresividad, pero la educación, sin dejar de ocuparse de estos aspectos, apunta a otros fines: como enfaticé, a la instauración o modificación de actitudes sí necesaria, en todo caso a dotar de fuerza a las que permiten florecer los valores de la confraternidad.
Actividades coparticipativas



No es suficiente enseñar los horrores de la guerra y evitar todo lo que estimularía la desconfianza y la animosidad internacional. El énfasis debe colocarse sobre todo lo que une a las gentes en empresas y resultados cooperativos… El carácter secundario y provisional de la soberanía nacional con respecto a la más plena, más libre y más provechosa asociación y trato de los seres humanos unos con otros debe instaurarse como una disposición operativa de la mente.
John Dewey


Un fenómeno sumamente interesante y promisorio que se da en el Medio Oriente entre israelíes y palestinos es la coparticipación, a cargo de individuos o grupos pertenecientes a una u otra comunidad, en tareas conjuntas. Se embarcan en ellas con voluntad de tender puentes de concordia a la par que resultan de las mismas beneficios de interés común.
Añadiéndose tales iniciativas de hecho a las disposiciones propiciatorias y a planes educativos habría de desarrollarse presumiblemente una dinámica de interacción recíproca: las tareas surgiendo de actitudes y a la vez vigorizándolas, así como un interjuego semejante se verificaría con la educación, tanto fuente de armonía como espacio enriquecido por ella.
Veamos ahora una muestra de iniciativas y haceres conjuntos, un panorama multiforme que abarca muy distintos terrenos de los intereses y vocaciones de las dos colectividades. Los protagonistas son árabes palestinos, o de ciudadanía israelí, y judíos israelíes, y las actividades no se llevan a cabo necesariamente en sus respectivas zonas de residencia.
Desorganizadamente expuestos mis ejemplos, no importa ello, porque lo principal es que une a todos un mismo propósito de contribuir a edificar un futuro de convivencia pacífica.
Comienzo con la conocida realización del músico israelí-argentino Daniel Baremboim, la orquesta West-Eastern Divan (nombre inspirado en la creación poética de Goethe). Esta compuesta por jóvenes ejecutantes israelíes y árabes y es producto de una iniciativa de Baremboim junto con el intelectual palestino Edward Said, destinada a poner término al conflicto a través del establecimiento de lazos personales.
También del campo de la música surgieron otras propuestas en ese mismo sentido, y con aplicación más general aún: el músico estadounidense-iraní Fred Nassiri, autor del Himno del Día Mundial (lo dirigirá en Bs. As. en 2007, cantado por niños) ha contactado con importantes líderes mundiales, tales como el papa Benedicto XVI, Shimon Peres, Nelson Mandela, preguntándose, ¿cómo es que si tan destacadas figuras de la política y la religión apoyan la paz ésta es aún un ideal lejano? Es por el miedo explica el músico idealista, miedo que lleva hasta a los países más pobres a gastar en armamentos cifras desproporcionadas de sus presupuestos nacionales. En 2006 el gasto militar mundial, impulsado sobre todo por Estados Unidos, y es cada vez mayor el número de países que desarrollan misiles atómicos. ¿Quién puede sustraerse a la fácil y corriente deducción de que el negocio de las armas, a las que financieramente es conveniente renovar, incrementando las ventas, incrementando las muertes y mutilaciones, es motor de estallidos bélicos? Guerra y afán de lucro siempre han marchado al unísono; un gran entendido, Napoleón, decía que para ganar una guerra hacen falta tres cosas: dinero, dinero y dinero. La educación para la paz es a la vez educación contra el armamentismo y contra la codicia.
Agrego una última muestra de vehiculación de la música como arbitrio para fomentar la aproximación entre los pueblos. Ahmed El Saedi, director de música egipcio, en ocasión de conducir en Israel la Nueva Orquesta de Haifa declaró: “cuando yo trabajo con la orquesta nos olvidamos de nuestra nacionalidad, la conexión es entre seres humanos, y en este caso también entre músicos”. Y añadió que la música es una vía para involucrarse por la paz, de “manera pública e inequívoca”.
Sí, pero no basta con amar la música, es necesario compartir la escucha o la ejecución en una experiencia coparticipativa, sentir los adversarios que en última instancia, más allá de sus intereses en pugna, los hermana la aspiración de compatibilizarlos.
Numerosos casos de músicos insignes, comenzando por el mismo Richard Wagner, desmienten la generosa ilusión de que basta con componer, ejecutar u oír música; lo que sí puede fomentar la concordia es hacer música juntos.
Y ¡hay! ni siquiera toda música. La admirable La Marsellesa no nos inunda precisamente de serenidad y tolerancia, sino de marcialidad, y lo mismo otros himnos nacionales, incluido el nuestro, que nos invita a “con gloria morir” cuando es tan bello con amor vivir.
En numerosas y diversificados áreas se dan pruebas de una misma voluntad de poner fin a la violencia; veamos ahora dos casos, conmovedores y ejemplificadores: un grupo de padres dolientes, israelíes y palestinos, cuyos hijos desaparecieron en acciones de guerra, constituyeron el Círculo de los Padres, llenando de nuevo sentido a sus vidas por medio de un obrar en colaboración encaminado a que ningún otro padre deba padecer sufrimientos como los suyos. Entre las iniciativas que acometieron se encuentra el envío de una carta tanto al premier libanés como a su par israelí, cuando la primera Guerra del Líbano, invitándolos a que proclamaran su compromiso con la terminación de las hostilidades y sugiriéndoles algunas otras medidas políticas.
En nuestro país peticionar sumando firmas en relación a asuntos públicos ha sido un proceder usado algunas veces, con éxito reducido en cuanto a la promulgación de resoluciones legales, pero no nulo como medio de información y difusión de propuestas entre la opinión pública. Y así empiezan muchas transformaciones.
Es no menos tocante que la arriba vista la postura del palestino Bassam Aramin, quien después del nacimiento de sus hijos trocó su militancia activa contra la ocupación israelí por la condena de la violencia. Hoy, después de siete años de cárcel por un ataque a un tanque militar, y sobre todo a pesar de haber sido adoctrinado desde la infancia en favor de las agresiones de hecho, integra una organización mixta, Combatientes por la Paz. La forman 120 ex-soldados israelíes y ex-activistas palestinos que buscan “terminar con la ocupación sin usar las armas”. Trabaja además en el Centro Peres para la Paz. Fundado éste por el premier israelí Shimon Peres, sus miembros organizan actividades y encuentros de diversa índole, algunos de los cuales menciono más adelante.
Otro hecho esperanzador, en el intercambio, esta vez, entre personas y personas: una familia palestina dona los órganos de un hijo muerto en un encuentro a un niño israelí, acto de solidaridad que recibe muy expresivas muestras de reconocimiento. Sumemos que según una noticia aparecida en una publicación catalana, “El periódico”, varios meses atrás, “investigadores palestinos e israelíes trabajan en equipo para transformar peces hembras en machos. Científicos procedentes de las universidades Hebrea, Al Quds y Hohenheim (Alemania) cooperan en una investigación para alterar la estructura metabólica del pez hasta que el animal cambia de sexo. Con este experimento los científicos israelíes pretenden mejorar la piscicultura de su país, y los palestinos, incentivar el consumo de pescado, ya que el espécimen macho es más grande, crece más rápido y pesa alrededor de tres veces más que el de la hembra”.
Independientemente del valor científico y económico de esta investigación importa la circunstancia de que implica una colaboración que por sí misma debe de ser despejadora de prejuicios, animosidades y demonizaciones mutuas.
Para terminar con la exposición de muestras de voluntad de entendimiento que se alzan contra el odio: en un teatro de Tel Aviv se representará dentro de algunos meses, interpretada por un elenco de nacionalidad mixta, una obra cuyo argumento se centra precisamente en el tema de la convivencia.
Especialmente auspicioso sería que se multiplicaran equipos binacionales de políticos e intelectuales para estudiar las perspectivas de paz y elevar propuestas, como por ejemplo las formuladas por el Centro Arik, sumamente fecundo en innovadores proyectos. Y existe desde hace décadas el movimiento israelí Paz Ahora, surgido después de la Guerra de los Seis Días, de 1967. ¿Se justifica descartar que movimientos similares se vayan organizando en el lado palestino? Como vimos, aún en medio del belicismo pueden surgir propósitos en otra dirección.
Lo refrenda, en nuestro continente, un hecho histórico. Durante la Guerra de la Triple Alianza, de 1868 (Argentina, Brasil, Uruguay), contra Paraguay, un grupo de militares combatientes de los distintos bandos desertó de sus filas, combinando entre todos un plan de pacificación. En el pliego de la Declaración de Paz que redactaron se maldice la guerra, “juego peligroso entre dirigentes que apuesta vidas humanas en lugar de gallos para medrar a costa de la sangre ajena”.
El afamado novelista Amos Oz apela en especial a los escritores. Así, en el curso de una entrevista decía que la responsabilidad de quienes manejan la palabra como instrumento capital de su hacer se potencia por el hecho de que conocen el gran instrumento que significa el lenguaje. Saben que “donde palabras llenas de odio sean blandidas como un hacha contra ciertos grupos de seres humanos, no tardará en aparecer un hacha verdadera. El escritor puede ser el vigía del fuego del lenguaje, o al menos el que denuncia la existencia de humo. Puede, y por lo tanto debe. Además los escritores imaginan, están especialmente preparados para preguntarse a sí mismos sobre sus personajes: ¿qué sucedería si estuviera en él? ¿Y si estuviera en ella? Sin ponerse en la situación de otra persona, en su piel, no se puede escribir ni siquiera un diálogo elemental. Identificarse con el otro, no necesariamente amarlo. No necesariamente estar de acuerdo con él. No necesariamente sostener sus opiniones. Sólo, de tanto en tanto, imaginarse que uno ocupa el lugar del otro”. Y afirmando con hermosa esperanza que el día de la paz está “ya mucho menos lejos de cuanto se pueda esperar”, explica también, “entonces estaremos en condiciones de incluir entre los constructores de puentes para la paz a un grupo de escritores israelíes y palestinos que no han cesado ni un momento, aun en medio del fuego, de la sangre y de la rabia, de identificarse con el otro y de preguntarse a sí mismos: ¿qué pensaría, qué sentiría yo si estuviera del lado opuesto?”
El ya mencionado Instituto Arik, fundado por el padre de un soldado caído en acción, es propulsor de una notable cantidad de actividades, entre los cuales destaco la formación de un grupo de más de veinte académicos y pedagogos palestinos para que sean oradores en un programa de conferencias. Se cuida que se dirijan a sus audiencias israelíes en un estilo atento a no suscitar automático rechazo.
Vuelvo al terreno del arte, cinematográfico ahora, refiriéndome a un proyecto originado fuera de la región en conflicto. Se debe al director y productor Steven Spielberg y consiste en hacer filmar películas documentales a sendos grupos de niños palestinos e israelíes, entre quienes se distribuirán por igual 250 cámaras cinematográficas para que den realización al plan.
Esto declaró Spielberg: “quiero que hagan películas, no la guerra. Los jóvenes estarán ocupados filmando en lugar de tirando bombas, y serán capaces de ver la vida del otro lado (del conflicto) y aprender que todos somos seres humanos que queremos vivir en paz”. Los contenidos de los filmes reflejarán episodios del transcurrir de la vida cotidiana de los precoces realizadores, especie de diarios en forma de película y redundarán, se espera, en el establecimiento de “lazos interpersonales entre palestinos e israelíes”.
Solo unas cuantas ilustraciones que agrego bastarán para certificar que más allá de las decisiones gubernamentales o de grupos extremistas son muchos los segmentos de las ciudadanías que se comprometen en el propósito de poner fin a los choques armados he iniciar una era nueva.
Nombré arriba el Centro Peres por la Paz, que patrocina entre una gran cantidad de proyectos talleres conjuntos de periodismo o de adiestramientos técnicos; y un antecedente interesante: en la década del 70 el profesor de pedagogía Abraham Benjamín coordinó talleres operativos entre adolescentes árabes y judíos residentes en la ciudad de Haifa para que debatieran sobre las perspectivas de solucionar el largo enfrentamiento.
Dentro del campo de la salud mental, desde los años 50 ya el grupo Imut, organización palestino-israelí, promueve acercamientos a través de métodos psicoterapéuticos o de psicoprevención, explorando los factores irracionales que operan en la actual situación de conflicto. El proyecto es favorecido por la Facultad de Psicología de Tel Aviv aunque no, no aún esperemos, por una mayoría de los psicoterapeutas.


A esta altura de mi exposición no tengo por qué repetir que juzgo inomisible un abordaje psicológico o psicosociológico en todo esfuerzo por arribar a convenios entre adversarios, por hondas que sean sus divergencias. Y en efecto, las actividades y proyectos en colaboración entre miembros de comunidades en discordia de los que ofrecí arriba una selección de casos brotan de una disposición anímica, no de imposiciones de la realidad. Además constituyen miniensayos de buena convivencia que desde las bases de las ciudadanías pueden ejercer una especie de presión sobre los gobernantes para que asuman políticas de acercamiento mutuo. Una orientación socioafectiva como la que preconiza la UNESCO debería instruir sus decisiones es lo que les están comunicando con su actuar. No puede dejar de hallarse cierto espíritu común en todos esos movimientos constructivos y la experiencia realizada, décadas ha, por el matrimonio de los psicólogos Sherif con dos grupos de adolescentes divididos por rivalidades deportivas. Los púberes casi no se hablaban entre sí, hasta que en una situación ideada por los experimentadores debieron acometer una tarea que importaba a todos ellos. Aparentemente un camión que transportaba alimentos hasta el campamento había quedado atascado y los dos grupos tuvieron que coordinarse entre sí para salir de la dificultad. Y bien, después de la obligada cooperación la mutua hostilidad que se manifestaban fue sucedida por relaciones de compañerismo.
Entre el pueblo palestino y el israelí la meta de beneficio para ambos es acordar la paz, y los emprendimientos en que colaboran miembros de uno y otro representan avances hacia ella; deben convertirse en clamor que los tomadores de decisiones no puedan dejar de oír, los tomadores de decisiones oficiales y no menos los grupos de ideología fundamentalista, de seudo patriótica intransigencia en su odio.
¿Es de deplorar que los medios concedan tan poco espacio comparativamente a las tan bien inspiradas iniciativas como las que vimos, resaltando en cambio las noticias sobre ataques y represalias, represalias y nuevos ataques? Privilegian en la información a los energúmenos de la violencia y así dejan en la penumbra los pensamientos y el obrar de la esperanza. La esperanza que quieren mantener viva padres y padres, madres y madres, terapeutas y terapeutas, artistas y artistas, científicos y científicos, gentes del deporte, ¡hasta cocineros y cocineros!, dedicados a haceres en colaboración.
A ellos los honores de superar la aversión y tratar por el contrario de defender perspectivas de vida valiosa para todas las gentes que habitan esa porción del Cercano Oriente; señalan modelos al mundo.


En relación esta vez no con la regulación de conflictos entre naciones, sino con acercamientos confesionales, es alentador que éstos sean cada vez más frecuentes en la Argentina, como seguramente en otros países. Las celebraciones de actos, artísticos o deportivos sobre todo, con la participación de integrantes de distintas religiones que expresan así la concienciación de su copertenencia a la familia humana, se multiplican. Como dijo uno de los entrenadores durante una competencia de voley, en 2006: “Será más difícil que estos chicos, cuando sean adultos, fomenten la guerra por motivos religiosos”.
Se han creado asimismo, dentro de un idéntico alineamiento en la concordia y la aceptación recíproca, organismos permanentes, como la orquesta interreligiosa Armonía, que tiene proyectado ofrecer conciertos en iglesias, sinagogas y centros islámicos. Fue fundada por iniciativa de la Comisión de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso del Arzobispado de Buenos Aires, y avalada por la fundación Kinor (judía) y por Daniel Baremboim.


Siempre en el terreno del conflicto palestino-israelí, en forma paralela a los designios que he mencionado se han ido dando procesos de negociación y mediación, procedimientos clásicos para el manejo de conflictos. Han sido unos cuantos a lo largo de los más de cincuenta años de enfrentamientos que separan a los dos pueblos en discordia; solo que hasta ahora no han rendido fruto.
Es casi seguro que uno de los principales determinantes de los fracasos reside en el hecho de que no fueron suficientemente ventiladas las resistencias de fondo que alientan en los protagonistas, no fueron preparados los ánimos para superarlas. Aquellas incluyen, dentro del orden de los egoísmos, el temor a perder liderazgos que en tiempos de paz carecerían de funcionalidad, simple corrupción ligada con el comercio de armas y otras ventajas económicas, pero junto con ello opera el temor mutuo y el influjo de determinantes no siempre conscientemente admitidos. Es que se procura compensar frustraciones que en la adhesión a una causa hallan su catarsis. Una adhesión acrítica y maniquea, carente de la magnanimidad del verdadero patriotismo y que empantana las situaciones.


La mediación es el procedimiento por el cual un tercero procura generar un acuerdo entre partes en disputa. Se diferencia de la negociación por cuanto ésta consiste en intercambios directos entre los involucrados. Cabe decir que la mediación es una negociación asistida.
El mediador procura mantenerse en una posición neutral en el interjuego y ayuda a los protagonistas a clarificar sus propias propuestas y a sopesar soluciones nuevas. Toma en cuenta que los factores afectivos desempeñan un papel importante en tales interacciones y fomentar la empatía puede contribuir significativamente a bajar el nivel de los impedimentos emocionales.
Claro está que si se acepta una mediación o si hay disposición a negociar es porque se ha renunciado, en principio al menos, a las pretensiones extremas, con lo que se posibilita la aceptación de recursos no agresivos para poner fin al diferendo de que se trate.
Más sobre este tema es expuesto más adelante, por una experta.
Conclusión


Son mis voces cantando
para que no canten ellos…
Alejandra Pizarnik

Quizás no sea demasiado esperar que llegará el día en que el honor de las naciones deje de ser medido por su disposición a infligir masacres
Bertrand Russell

Imagina a toda la gente
Compartiendo todo el mundo
Puedes decir que soy un soñador
Pero no soy el único
Espero que algún día te unas a nosotros
Y el mundo será como uno
John Lennon


Me ocupe en estás páginas, siempre dentro del enfoque de dejar atrás rencores y culpabilizaciones, del tema de sellar convenios que lleven a la paz entre pueblos enemigos, un arduo camino pero que es indispensable recorrer (o retomar cada vez) con resolución firme.
Así, señalé como tramos del mismo -jalones sucesivos o avances simultáneos- la asunción de actitudes propiciatorias, el recurso a la educación para implantarlas y la incentivación de proyectos e iniciativas de coparticipación en muy distintas actividades. Indiqué asimismo la conveniencia de entablar negociaciones y acudir a mediaciones, sin desmayar si durante lapsos prolongados son escasos los resultados que se vayan cosechando.


Manejar con sentido de futuro los conflictos que nos dividen es una de las principales responsabilidades que debemos asumir mujeres y hombres, incluyendo en primer término la de optar por la violencia de las armas o contrariamente por el diálogo, en el campo de los disentimientos internacionales o de los disentimientos internos dentro de un país. En ello el influjo de factores afectivos resulta capital, pues anhelos, ambiciones, odios y temores -arraigados comúnmente en viejas tradiciones- tiñen la interpretación de las circunstancias objetivas. Es prioritario aprender la paz, tal es la idea fuerza, y en los parágrafos anteriores puntualicé lo que considero adelantos en ese aprendizaje.
Hay que triunfar sobre el temor recíproco y también sobre el rencor que inevitablemente lo acompaña. ¿Llamaríamos perdonar a la actitud de superar el rencor? Acaso, pero se nutre sobre todo de ese amor y responsabilidad por los que nos seguirán que significa proporcionarles una existencia de paz, sin que malgasten sus días en odiar, sino que los empleen en amarse a si mismos y amar.
Y se nutre igualmente de empatía, esa disposición que permite desde polos opuestos comprender que los adversarios sufren no menos que uno y también se sienten víctimas de la injusticia.
Me permito poner en palabras un sueño alocado: que los países hoy en conflicto, gobiernos y ciudadanías, se exhorten mutuamente a abordar en colaboración la finalidad de hacer nacer la concordia, y que la energía puesta en ello los convierta en comunidades ejemplares. En las antípodas del nacionalismo miope y airado.
Para beneficio mutuo y, más ambiciosamente, para contribuir con esa energía a paliar los tan inquietantes problemas que acosan hoy a la humanidad. Desde los ecológicos hasta los de la justa distribución de la riqueza, desde el cuidado universal de la salud hasta la protección de la infancia, desde poder garantizar para cada persona el cumplimiento de su vocación hasta el ejercicio de la libertad de opinión y expresión en todos los países, desde la guía de una perspectiva ética en su quehacer por parte de los científicos y técnicos, hasta posibilitar el goce para todos los humanos de las bellezas de la naturaleza y del arte.
Todo ello significa obedecer a un mandato eminentemente moral de dar vida a la fraternidad. Diversas situaciones colectivas o individuales pueden amenguar ese don, y al ser amenguado caen las naciones en guerras o bandos políticos en el terrorismo, los más extremados males entre tantos otros que nos inferimos.
La guerra, como la calificó pocos años a un pensador, representa “la más estúpida y criminal expresión de la locura y la crueldad”. Para que el ser humano brille con la luz que le es privativa de rey espiritual de la Creación, un rey compasivo y auxiliador con sus congéneres, con el hábitat donde mora y consigo mismo, resulta imperativo irradicarla.


Poco de nuevo en lo que he venido afirmando; prácticamente todas las religiones y los sistemas de ética filosófica hablan en esta forma del amor; lo acaso un tanto diferente radicaría en que subrayo la función transformadora y motora de estrategias de una psicoaxioeducación liberadora, insoslayable para que se efectúe un magno giro hacia la humanización de la vida política y social. Siguiendo “la piedad natural del alma”, según la expresión de Malebranche.
Un gran desafió enfrenta hoy a la comunidad global: lograr que prevalezcan las resoluciones pacíficas de conflictos, en particular en el campo internacional. No dejemos de alentar las proposiciones de concordia que se vayan forjando ya en el presente, y para el futuro no dejemos de extender la docencia de la paz, con el objeto, no irremediablemente utópico sino tan solo muy difícil, de que la belicosidad prepotente e inmisericorde sea reemplazada por el compromiso dialogante, argumentativo dirían Habermas y Apel. De ello depende la felicidad real de los pueblos, la que persigue el patriotismo que pone su fervor en las gentes, no en posesiones. En las dirigencias equivale a considerar su principal timbre de honor construir escenarios donde cada ciudadano, pueda evolucionar hacia su más auténtico sí mismo en el ceno de una sociedad justa.
Un tortuoso corredor separa el ideal sionista de “retorno a Jerusalén”, de cumplimiento necesario después de la Segunda Guerra Mundial, y el ideal palestino de autonomía nacional entre el conglomerado de los países árabes del Medio Oriente; ni judíos ni palestinos sopesaron la fuerza de sus respectivos ideales, y ahora deberían perdonarse mutuamente, al par que, liberándose de suspicacias, marchar por ese corredor hasta lograr que ambos movimientos dejen de resultar incompatibles. Sería marchar en la dirección de la exigencia que formuló Benjamín Franklín en el siglo XIX: “es necesario que el hombre pueda pisar cualquier tierra y decir ésta es mi patria”.
Atacarnos unos a otros, en cuerpo o en alma, nos extraña de nuestro verdadero ser; debemos resistir los llamados de la violencia, cuya obtusa idealización se expande hoy en tantos ámbitos y bajo muy variados pretextos, para progresar en cambio hacia la plenitud de ser personas, por los senderos de una cultura de paz.

Bibliografía sumaria



Aisenson Kogan, A., Resolución de conflictos, México, F.C.E., 1993.

Jonas, H., El principio de la responsabilidad, Barcelona, Herder, 1995.

Kant, Immanuel, Sobre la paz perpetua, Madrid, Tecnos, 1998.

Russell, B., Ética y política en la sociedad humana, Buenos Aires, Hermes, 1957.

Zavaleta, Esther de, Educación para la convivencia, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1995.